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jueves, 5 de diciembre de 2013

Trovar por un día de cólera



  Germán Acosta Estévez

Han pasado ya cuarenta años como el que no quiere la cosa. Recuerdo,de aquella noche, el estruendo de un enjambre gigante y enloquecido que provocaba el agua al caer, los bramidos del viento y los sarmientos de la parra del patio azotando las tejas, hasta que el cansancio venció al nerviosismo a eso de las tres de la madrugada. Ya por la mañana, pude descubrir montones de barro sobre las calles, el sonido de “las tres Marías” que bajaban en catarata desde lo alto de la umbría y las muchas y tremendas barranqueras que vestían  los campos. En el mentidero de la puerta del casino todo eran lamentos de los labradores. No había luz, ni teléfono…Realmente empezamos a tomar conciencia de la magnitud del siniestro a través de la radio, pero sobre todo, cuando don Francisco, aquel singular cura , realmente compungido, nos pedía el domingo en la iglesia que rogásemos por el alma de los muertos y desaparecidos en La Rábita.
Las grandes tormentas y aguaceros en nuestra zona no son una novedad, pues algunos temporales como los de 1891,1892, 1895 ó 1990 causaron una gran devastación, pero nada comparable a la ocurrida a comienzos de los setenta.
Desde el punto de vista técnico, las lluvias torrenciales caídas en el Sureste peninsular los días 18 y 19 de octubre de 1973 estuvieron determinadas, entre otros, por los siguientes factores: Formalización en los niveles altos de la atmósfera de una gota fría, elevada temperatura superficial del agua en el Mediterráneo Occidental, formalización de un temporal por vientos de Levante, ciclogénesis en el Mar de Alborán, fuerte inestabilidad vertical de las masa de aire mediterráneo en otoño y la configuración y altura del relieve de las sierras costeras de las Cordilleras Béticas que actuaron como acelerador del disparo vertical y cuyas consecuencias fueron las lluvias torrenciales que sobrepasaron la media de 100mm,alcanzándose la máxima precipitación de la Alpujarra en Murtas con 350mm o la máxima absoluta en Zurgena con 600mm;la crecida de barrancos, ríos o ramblas donde el caudal máximo en punta de avenida llegó a ser de 1100 metros cúbicos por segundo en la Rambla de Albuñol,1200 en el Guadalfeo y 2000 en el Rio Adra; desaparición de cultivos, daños en las poblaciones e infraestructuras y pérdida irreparable de vidas humanas.
La tragedia en La prensa
Desde un primer momento, los medios de comunicación pusieron en marcha un amplio despliegue para cubrir la información de la tragedia que se dio en llamar en la comarca como “la nube de la Rábita”. Así, el día 20, el diario Ideal daba cuenta de la desolación existente en la Alpujarra Oriental granadina en donde la agricultura había quedado arruinada, existiendo daños irreparables en acequias, tierras y sembrados, así como también se lamentaban los desperfectos en infraestucturas y viviendas, pero sobre todo, el número de fallecidos y desaparecidos era ya bastante importante. Alguien declaró que esta era “la puntilla definitiva para La Alpujarra”.
Al día siguiente, el mismo diario  ponía a Murtas como el foco de la desastrosa tormenta, y afirmaba que haría falta mucho tiempo y dinero para que todo volviera a la normalidad, pues una primera estimación cifraba en ciento cincuenta mil las plantas de almendro perdidas.
En Órgiva se pierden cortijos, tierras, enseres y animales, mientras toneladas de piedras y lodo sepultan gran parte de la vega de la zona. Además se refiere que en los campos de Ugíjar, Bérchules, Cádiar, Yegen, Válor, Mecina Bombarón y Torvizcón los daños son importantes y hay graves desperfectos en la red viaria e infraestructuras de las poblaciones.
En Mecina, según La Vanguardia del día 21, se contabilizan cuatro casas desplomadas, muchos desperfectos, calles anegadas y llenas de barro, un almacén caído, acequias sepultadas, así como la pérdida total del regadío y graves afecciones en el secano.
En Yátor trata el panorama de auténtico esperpento, pues las aguas habían arrasado el cementerio y, entre la tierra se veían los restos de los cadáveres inhumados. Igualmente eran cuantiosos los daños en árboles y frutales. Algo parecido se contaba desde Válor.
En Torvizcón, Según la edición de Ideal del día 28, se trabajaba día y noche a destajo para retirar el barro. Aquí, la ruptura del puente que da entrada a la localidad había sido barrido de cuajo, lo mismo que otros cuatro más hasta llegar a Cádiar, dejando incomunicados a la mayoría de pueblos alpujarreños, aunque se abrió un paso provisional a finales de este mes. Tanto el regadío, como la cosecha de de uvas y almendras se habían perdido y su alcalde temía por una emigración masiva, si no llegaban pronto las ayudas.
También este medio informa el 30 de octubre que en Cádiar se vivieron momentos de pánico pues el Guadalfeo había destrozado toda su vega, el pueblo quedó dividido en dos a causa de una grieta en la calle Villalba; se estuvo cuatro días incomunicados y sin abastecimiento de agua y  las pérdidas rondan los 175 millones de pesetas: destrucción de 33 km de acequias, 37 caminos rurales, 2 puentes en la vega, 2000 marjales de vega, 200.000 pies de álamo. Perdidas las cosechas de almendra y uva así como plantones de almendro, olivo y viñas, además de corrimiento de tierras. Preventivamente se logra vacunar a todos los vecinos contra el tifus para lo que los servicios sanitarios tuvieron que desplazarse con mucha dificultad a los cortijos.
Tampoco son nada halagüeñas las noticias del día 15 de noviembre que llegan desde los pueblos de la ladera sur de la Contraviesa. Polopos, Sorvilán y Rubite sufren también daños en sus núcleos urbanos, si bien la peor parte se la llevaron los cultivos de invernadero en sus costas y la N-340 desde La Mamola hasta La Rábita. Los daños en Polopos se estiman en unos 2 millones de pesetas en plantaciones, 800.000 en cosechas desaparecidas, 25 millones en tierras, infraestructuras, invernaderos y reparaciones; En Rubite, entre almendras y uvas 350.000 y 750.000 en tierras, infraestructuras y mejoras; En Sorvilán el plantío supuso 1250.000 pesetas, 400.000 en cosechas y 16 millones en invernaderos, cultivos de primor, tierras y mejoras.
Pero la localidad más siniestrada, con diferencia, fue sin duda La Rábita. Pues el taponamiento del puente de la N-340 que discurría justo por encima de la población, propició que la lengua de lodo y agua anegase 1/3 del municipio, afectando a 101 viviendas de las que 74 quedaron destruidas y se contabilizaron más de 50 muertos. Los heridos, algunos con fuertes crisis nerviosas, serán trasladados en helicóptero a Motril y atendidos en un hospital de urgencia instalado en el Colegio Menor. Sin Luz ni agua, los vecinos ilesos pasan la noche abrigados con mantas en los cerros próximos al pueblo y retornan paulatinamente a sus hogares. Mientras, junto a un chiringuito de la playa, se sucedía una tétrica fila de ataúdes en espera de inquilino para ser trasladados por barco al puerto de Motril. El dispositivo montado en la zona ordenó el traslado de los 187escolares del municipio: Los niños al colegio Príncipe Felipe de Motril y las niñas a los Ogíjares.
Los entonces príncipes, Juan Carlos y Sofía, acompañados de varios ministros en su visita a las zonas afectadas, recalaron en La Rábita a la 12`30 del día 20 procedentes de Puerto Lumbreras, tomaran contacto con la realidad de la situación y les dicen a los habitantes del pueblo que:”hemos venido a levantar la moral y a ayudaros a reconstruir vuestro pueblo”. Quedaron en transmitir, no faltaría más, la penosa situación del pueblo al Jefe del Estado.
Los testimonios
Quizás sean estos los que nos alcancen a dar una visión más cercana y humana de los acontecimientos relatados. Empezaremos por la crónica transmitida por teléfono por el enviado especial  del diario ABC: 
“Las localidades de Adra, El Pozuelo, Alquería y especialmente La Rábita han quedado anegadas por las aguas. El desplazamiento por carretera del pueblo de Adra hasta La Rábita es imposible. En el kilómetro 396, en un lugar conocido como en Lance de la Virgen la carretera se ha hundido y cuadrillas de trabajadores trabajan sin descanso para restablecer las comunicaciones, que, según fuentes bien informadas, tardarán más de dos meses en arreglarse. Desde este punto nos hemos trasladado al pueblo de la Rábita a pie, por la línea de la playa, en donde igualmente se suceden las escenas de dolor que contemplamos desde Adra. En una y otra dirección circulan personas que portan sobre sus hombros niños, ancianos y enseres. En una casa baja, junto a un cañaveral, hemos sido testigos presenciales de un trágico espectáculo: el rescate de un niño que aparentaba tener unos doce años enterrado en una zanja; unos metros más allá otros dos cuerpos envueltos reposaban sobre la arena que se mezcla con las cañas que arrastró la tormenta. Al parecer, son sus padres- Igualmente nos tropezamos a lo largo del camino con  animales ahogados. En El Pozuelo se repite el triste espectáculo. Se oyen gritos y llantos de las mujeres a la puerta de las casas. Desde esta localidad ya se hace visible La Rábita. Un inmenso lodazal cubre la zona. Cuadrillas de hombres retiran escombros y emprenden un penoso peregrinar a través del fango para ayudar al pueblo herido. Todo es desolación. Un puente de 50 metros de longitud, que une los dos pueblos, ha quedado partido por su mitad. En varias calles el lodo ha alcanzado alturas insospechadas, llegando a los primeros pisos de los edificios, sellando con su devastador paso las puertas de las casas. Muchos vecinos lloran. Algunos grupos transportan ataúdes; los más aún no se han dado cuenta de la verdadera magnitud de la tragedia y caminan como sonámbulos. Los helicópteros de la Guardia Civil vienen y van transportando víveres, medicinas y enfermos. Un bar situado junto a la playa ha sido habilitado como enfermería. En este punto se apilan los ataúdes, y las gentes hacen, cola para que les sea suministradas vacunas preventivas contra el tifus y el tétano. Varios coches, estacionados en la calle General Mola, han sido arrastrados por las aguas a unos 10 metros, hasta el mismo borde del mar. A las dos de la tarde el pueblo comienza a emigrar por vía marítima. Han llegado barcos de los puertos vecinos, y las gentes, con las maletas a cuestas, esperan en la orilla su rescate. A lo largo del litoral, grandes humaredas ennegrecen el cielo: están incinerando cadáveres de animales para impedir cualquier epidemia. Más arriba, en La Mochila, barrio de pescadores, las mujeres extienden sobre la tierra topas para secarlas del fango. Hasta el momento han aparecido 19 cadáveres. En total hay una cincuentena de desaparecidos, entre ellos dos guardias civiles y sus respectivas familias…”-ABC, 21/10/1973.                        
Pero son, tal vez, las anécdotas y los testimonios relatados por los propios supervivientes en esas primeras horas después de la avalancha, las que dan una verdadera dimensión humana a semejante tragedia: a Octavio Manuel López,  convaleciente de una operación, lo salvaron su padre y un amigo aun a riesgo de sus propias vidas; María Valverde Escudero, de 52 años y su familia fueron sacados por un vecino a toda prisa por las ventanas. Muchos ven cómo desaparecen sus familiares ante la impotencia; Josualdo Morell, viajante de comercio en ruta desde Cádiz a Murcia fue sorprendido por un corrimiento de tierra en la carretera, sólo le dio tiempo a saltar de su vehículo y meterse en el mar, y nadando unos pocos metros, consiguió esquivar la avalancha de lodo, piedras y restos de árboles que se le venían encima, permaneciendo en el agua más de hora y media hasta que pudo salir sano y salvo. Un matrimonio noruego llegó a La Mamola el día 20 procedente de La Rábita en cuyo trayecto invirtió más de tres horas a causa del fango.
Una anciana con los ojos bañados en lágrimas declaraba:” Aquello no es para vivirlo, pero hay que vivirlo para darse cuenta de lo que fue. Los niños llorando encima de las azoteas, como si esperaran que una ola los sacara de su débil refugio y los lanzara también al mar, como antes ocurrió con personas, casas y animales”.
“A mí me salvó mi hijo-dice otra mujer- pero cuando salimos a la calle, una tromba de agua nos lanzó a los dos al suelo. Ahora lo puedo contar. Aquello fue terrible. Todas las casas de la vega fueron arrasadas por el agua. Muchas casas se vinieron abajo. Los cascotes eran un nuevo peligro que se unía a los troncos de los árboles que el agua arrastraba”.
Un anciano de unos setenta años relata su tragedia:” Mi nuera y mi hijo están todavía allí. Los nietos los han traído, pero mi mujer no ha venido conmigo. Se la llevó el agua hacia el mar y todavía no han recuperado su cadáver”.
Pero si hay un testimonio que me ha llegado al fondo, es este que transcribo sin corte  alguno ni añadidura, recitado por su autor en 1976 para el programa raíces de TVE  entre los farallones de la Rambla de Guarea:



                        Cuando la nube cayó,
                        Salió la Rambla de Aldayar
                        Unida a la de Ahijón
                        Entablando una batalla.
                        ¡Cuántas casas se llevó,
                        Molinos, plantas y vallas!
                        Y  no quedó un murallón,
                                                    Y la vega de Albuñol
                        Fue arrasada hasta la playa.

                        Muchos barrancos en unión;
                        Salió la rambla de Guarea:
                        El puente lo arrancó:
                        ¿Se pueden hacer una idea
                         De la desgracia que ocurrió?
                         Ya no puedo llorar,
                         Ni tampoco sonreir,
                         Porque Dios ha dao lugar
                         En mi alma a un sentir 
                                  Por mis amigos y muchos más.

                         Se refleja en la memoria:
                          Hombres, niños y mujeres
                         Que ya descansan en la gloria:
                         ¡Lástima de esos seres
                         Que ha sido amarga su historia!
                         ¡Qué lástima de criaturas
                         Que han perdido hasta el sustento!:
                          Industria y agricultura,
                          Por el agua y por el viento.
                          Este daño no se cura.
 
                         Nuestro Dios no es vengativo,
                         Pero sí es muy potente
                         Y ello será el motivo
                         De derribar tantos puentes,
                         Siendo firmes los estribos        
                         Y ahogarse niños inocentes.
                        Yo digo que es peligroso
                        La rambla y los barrancos.
                        No hagáis casa ni pozos,
                        Para Dios todo es muy flaco:
                        Como es tan poderoso
                        En ellos siempre ha hecho blanco.
                        Lo mismo que la mentira,
                        En lo alto de un cerrillo,
                        Nuestro Dios, con su ira,
                        Si yo instalo un castillo,
                        Igualmente me lo tira.
                       Sé que Adra nos auxilia
                       Y Motril, pueblo de otro sector;
                       Aquí acabe la envidia:
                       Todos tengamos amor
                       Y La Rábita y Albuñol
                       Sea una sola familia.

                       No me puedo lamentar
                       Del diluvio que ha caío
                       En estos pueblos de mar;
                       En Adra desbordó el río,
                       Tampoco puedo apreciar
                       El daño que hayan tenío.

                       Cuando aplacó la avenía,
                       Bajaban los cortijeros
                       Registrando las bahías.
                       Llegaron helicópteros
                       Al terminar la avenía,
                       Y ya de unas terrazas
                       Pudieron rescatar
                       A unos familiares
                       Que no podían salir
                       Y estaban a punto de ahogar.

                       En un día de mercao,
                      Allá en Puerto Lumbreras;
                      Muchos pueblos destrozaos,
                      Quedando el campo arrasao,
                      Se llevo casas enteras,
                       Los feriantes y el ganao.

                       Nuestro Dios, con su poder,
                       Castigó a los humanos,
                       Y en la torre de Babel
                       Se ahogaron los cristianos
                       Y solo se salvó Noé.
                       En la guerra de Vietnam,
                       Que se acaben los disturbios,
                       Porque vamos a dar lugar
                      Que del fuego venga un diluvio
                       Peor que el universal
                      Que será grabado en la historia
                       Lo mismo que el de Babel,
                       Para eterna memoria
                      Y todos iremos a la gloria.
                      Cosa que está por el cielo.
                                                          Buenas tardes, caballeros.

                                       
Epifanio Lupión, estandarte del trovo alpujarreño en el siglo XX, (nunca conocí iletrado más culto) aquel singular personaje al que, en agosto, siempre se le veía ataviado con su impoluta camisa blanca y su inconfundible chaleco de cuyos minúsculos bolsillos sobresalían un reloj  y un yesquero, y el cayado tembloroso, cual pulsera en su muñeca: el Festival de Música Tradicional de la Alpujarra era una Fiesta Mayor y sagrada para él. De seguro que, donde quiera que esté, tendrá al personal embelesado y contento al enhebrar sus versos repentinos, al son de violines, guitarras y bandurrias, esperando no tener que volver a trovar por un día de cólera.













1 comentario:

  1. Documento para guardar Germán. Has hecho un trabajo precioso que yo personalmente te agradezco. He visto que Cádiar fue uno de los pueblos que más agua recibió; yo estaba en Granada y sólo vi, días después, la catastrofe: perdimos la Fresnera y los Prados, buenas fincas situadas junto al río; desaparecieron las alamedas y con ello el pueblo no volvió a ser el de antes; grandes destrozos en secanos sobre todo en los almendros que no aguantan nada la tierra cuando llueve; en el pueblo también fueron enormes los daños, concretamente la casa donde yo nací, que estaba junto a un barranco, según me contaron, de madrugada se la llevó el agua y ahora cuando voy a Motril la busco por la playa con el propósito de convertirla en lugar de veraneo, por ahora, a pesar de que tengo los papeles, la búsqueda no ha dado su fruto.

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