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sábado, 13 de diciembre de 2014

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España

Espero que tengáis unas felices fiestas, que en estos días de pascua os olvidéis de la crisis, el paro, cataluña, podemos...
Si tenéis un rato libre os recomiendo un libro que me tropecé el otro día, pasaréis un rato agradable y comprobaréis en palabras del autor, qué cansado es conquistar... Que todas la épocas han tenido sus cosas.


Entre 1519 y 1521 Hernán Cortés, figura histórica prohibida institucionalmente en México, al frente de un escaso grupo de soldados, 558 exactamente, lleva a cabo la conquista de México, una de las epopeyas más importantes de la presencia española en el Nuevo Mundo. Sobre este acontecimiento contamos con varios testimonios, tanto de cronistas españoles como de los autores de códices y relaciones indígenas.
Ninguno, sin embargo, tan apasionante, directo y de fácil lectura como “La historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo, un simple soldado de infantería que pide perdón por no ser un intelectual y atreverse a escribir, y que lo hace por que no le gusta lo que ha leído de los cronistas oficiales, Gomara, Illescas y Jovío. Es como la figura del reportero empotrado en el combate, esclavizado por la fidelidad, diciendo con honradez y genio literario lo que sabe, vindicando la potencia de la intervención anónima, sin destacar la figura del jefe, como hacían los cronistas de la época, con detalles muy minuciosos de la conquista, como cuando habla de los caballos, sólo dieciseis, nombrando a todos por su nombre; o cuando relata la proeza de Diego de Ordaz, primer europeo que subió a la cumbre de un volcán en erupción, que lo hizo por una discusión muy española, de esas que te dicen “a que no tienes guevos” y no te queda más remedio que demostrar que sí, que el soldado español los tiene, y al demostrarlo resulta que Carlos V, cuando se enteró lo consideró una gran hazaña y le concedió un escudo de armas con el volcán.
El autor participó en la conquista a las órdenes de Alvarado (protagonista del famoso “salto de Alvarado”, precedente del salto con pértiga, cuando estando rodeado de enemigos en la huida de Tenochtitlan, apoyó su lanza en el suelo y saltó por encima de ellos).
No se publicó su historia hasta cumplidos los 84 años, después de corregir pacientemente sus recuerdos durante treinta años, y como he dicho, lo hizo porque ninguna de las crónicas que había leído le pareció fidedigna de la conquista.
Está considerado todavía hoy uno de los relatos más apasionantes e increíbles sobre el encuentro entre dos mundos y dos culturas: la española y la americana. De ahí las numerosas ediciones que la obra de Bernal ha tenido en las más diversas lenguas.

lunes, 1 de diciembre de 2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

¡COMO BAJE…! o La temible advertencia de "El Melón de Dalías".


Del dicho:

El lenguaje dispone de recursos para cada situación, nuestra lengua es próvida en ellos. Son frases o dichos que usamos sin analizarlos. Este que traigo a colación es ciertamente poco conocido, surgió en nuestra Alpujarrra y partió de un hecho concreto. Yo lo aprendí en la ya mi brumosa infancia. Que no fuera registrado en publicaciones especializadas es otra cuestión que no le resta, según considero, cierto interés.
Todos hemos participado con interés creciente en alguna conversación Un simple intercambio de pareceres puede derivar en discusión acalorada, pasar a trifulca y terminar en batalla campal; afortunadamente, esto ocurre raras veces. Para que resulte una situación desagradable no hay que llegar a tales extremos. Lo normal es que alguien trate de poner orden: primero con frases persuasivas del tipo Por favor, ¿pueden hablar un poco más bajo? Si no da resultado, se pasa al “plan B”, imperativo: No hablen tan alto, o Aquí no se puede discutir. No ha mucho que se hizo popular aquella regia observación: ¿Por qué no te callas? En último caso, se recurre a expresiones contundentes, alzando la voz, el gesto airado: ¡A callar!, ¡Silencio! ¡No quiero oír ni una mosca! Seguidas de advertencias y amenazas más o menos explícitas.
La frase Como baje entra dentro del repertorio, suele o solía decirse para mandar al orden, aunque no con mucha convicción, medio en broma. Alguna vez se la oí decir a mi padre cuando los críos armábamos cierto alboroto Lo normal es que a los niños se les amoneste con frases más directas: Estaos quietos de una vez. Te la estás ganando, ¡A que me quito la zapatilla!… Y el crío, normalmente, ni caso. Por eso, aquel enigmático e incomprensible Como baje requería una explicación. Y mi padre me la dio cumplidamente.

Al hecho:

La versión que conozco, aunque puede haber otra, ocurrió durante los días de feria en un mesón del pueblo de Cádiar, mediado el siglo pasado o quizá un poco antes. Para situarnos mejor en el escenario, digamos algo sobre las ferias y los mesones alpujarreños. Unas y otros tan importantes en la vida de los paisanos que nos precedieron.
Las ferias alpujarreñas eran, sin lugar a dudas, el acontecimiento comercial y festivo más importante del año. Marcaban el inicio del año agrícola, como la apertura del curso lo es para la vida escolar. Estratégicamente situadas en los pueblos de Órgiva, Cádiar, Ugíjar; los cuales disponían de solares y praderas para el ganado así como mesones para los feriantes. A ellas acudían vecinos y cortijeros de los pueblos vecinos para vender sus ganados y abastecerse de lo necesario para todo un año. Y también a disfrutar de los variopintos espectáculos que desde siempre acompañaban a estos eventos.
En esos días de primeros de octubre, el pueblo era un hervidero de gentes de toda calaña y condición; y algunos personajes curiosos como el protagonista de este suceso. Posiblemente un feriante, aunque no consta su profesión ni qué le llevó a la feria.
Los mesones, durante la feria, hacían su agosto, o mejor dicho, su octubre. De mesones, posadas y ventas estaba toda la Alpujarra poblada. Los caminos de herradura necesitaban lugares para descansar, reponer fuerzas o pasar la noche. Conservamos el testimonio de los ilustres viajeros que surcaron nuestra tierra. Normalmente, las gentes principales se hospedaban en casa de un procer del lugar para el que era un honor ofrecerle su casa. Pero no siempre. Por ejemplo, Pedro Antonio de Alarcón, en la segunda mitad del siglo pasado, se hospedó en el Mesón del Francés cuando recaló en Órgiva. Allí pasó una noche y nos dejó una descripción subjetiva y romántica, llena de interés. Otros fueron menos expresivos, como Gerald Brenan, cuando pensó pernoctar en Cádiar con unos amigos ingleses, pero, tras echar un vistazo a la alcoba, decidieron continuar la ruta hasta su destino, Yegen. Claro, los amigos de don Gerardo eran todos lords o por lo menos gentlemen.
Hay que comprender a aquellos esclarecidos hijos de la Gran Bretaña. Un mesón no tenía tiempo de atender a personas distinguidas. Su clientela estaba formada mayoritariamente de arrieros, quincalleros, tratantes de ganado…, hombres rudos y avezados, más preocupados por sus bestias y mercaderías que por su regalo personal. Dormían en el suelo y se apañaban con un plato de cuchara: puchero, lentejas, cocina gitana, o unos arenques salados, pan y un cuartillo de vino. A veces se hospedaba un viajero de postín, incluso una dama de alto copete, siempre de paso; también algún huésped estable, pero era la excepción.
Un mesón constaba de un amplio aposento, el zaguán, al que se accedía por un portalón: el suelo toscamente empedrado, unas banquetas de anea sin respaldo, y al fondo las cuadras con hileras de pesebres a cada lado. El zaguán-descargadero disponía de un fogón para los crudos días de invierno, una puerta daba a la pequeña cocina y otra a un modesto comedor y sala de estar. Unas escaleras llevaban a la planta superior formada por algunos, pocos, dormitorios; el resto lo ocupaban cuartos de usos varios –“de desahogo” se decía en nuestra tierra- y las cámaras.
Pues bien, en un mesón como el anteriormente apuntado ocurrió esta historia. Estaba el zaguán a rebosar de gente. Y surgió una discusión cuyo motivo no hace al caso ni nos interesa. Lo que sabemos es que gente pendenciera, de mal vino y pobremente alimentados, armaron una trifulca con la consiguiente preocupación de la mesonera, incapaz de poner orden y cortar a tiempo. Prestos a tirar de faca, los acalorados feriantes no hacían caso a la dueña, que primero con comedidas palabras, luego a voz en grito y finalmente con suplicas, trataba en vano de poner orden.
Fue entonces cuando se oyó, como un trueno que bajara rodando por las escaleras, una voz profunda, grave, imponiéndose a la algarabía reinante: ¡¡COMO BAJE!!
Se hizo el silencio. No podía ser. Alguien se asomó a la puerta, creyendo que, efectivamente, fue un trueno y entendieron mal. Pero no amenazaba tormenta. Ante la duda, alguien inició tímidamente la disputa. Otra vez estalló, ahora con más claridad, la amenazante advertencia: ¡¡COMO BAJE!!
Ya no había duda alguna. La voz procedía del piso superior. Pero era una voz sobrehumana, de ultratumba. Una voz que les erizó el pelo y enmudeció a todos, incluida la mesonera.
Nadie quiso hacer averiguaciones y aquella noche reinó la paz en el mesón, una paz tensa pero paz al fin.

Llegado a este punto del relato, yo estaba tan impresionado, o casi, como los habitantes del mesón. Pero pude articular:
- ¿Y bajó, padre?
-No bajó, hijo, no bajó.
-¿Y por qué no bajó? -insistí yo, como hubiera hecho cualquier niño en mi caso.
-Porque ya no hubo más altercados en los restantes días de feria. Y además –esto se supo después- porque la terrible advertencia procedía de un señor de Dalías, orondo y recio como su voz, al que le faltaban las dos piernas.

El suceso fue la comidilla del pueblo. Y desde entonces muchos echaban mano al como baje de aquel alpujarreño que llamaban “El Melón de Dalías”, para referirse a una advertencia que, a pesar de lo enérgica, sabemos que no se llevará a término, mera palabrería, quedando en un intento, en un conato, en un farol, en nada.
Algún sagaz lector sacaría consecuencias de este dicho. Por ejemplo: cuántas veces nos dejamos amedrentar por las apariencias. Muchos miedos dejan de serlo cuando los desvela el conocimiento.

Nota: Si el infante don Juan Manuel, allá por el siglo XIV, hubiera recogido en su Conde Lucanor este suceso, concluiría con un pareado aleccionador puesto en boca del ayo Patronio. Y un escritor moralista de la Ilustración hubiera terminado este artículo con unos versos a lo Iriarte y Samaniego. Pero como no soy escritor, ni moralista, ni ilustrado y menos aún de la Edad Media ni del siglo XVIII, lo dejo tal cual. Corren malos tiempos para la lírica. Y para las consejas.

Paco Alcázar

lunes, 29 de septiembre de 2014

La invasión del valle de Aran en 1944


Inés y la alegría, novela de Almudena Grandes, cuenta la historia de la invasión del valle de Arán, que tuvo lugar entre el 19 y el 27 de octubre de 1944, por parte de un ejército de guerrilleros que se propusieron liberar a España, una asombrosa y quijotesca hazaña, tan grande, tan ambiciosa, tan importante como para poder aceptar sin estupor que sea, al mismo tiempo, tan desconocida. Si, una operación militar desconocida por la mayoría de los españoles porque fue la consigna que el gobierno de Franco impuso “si no se habla no ha existido”. No existió para la autoridades franquistas, pero tampoco para la dirección de PCE, ya que Jesús Monzón Reparaz, responsable político de la operación, se había hecho con las riendas de PC a base de talento y ambición, pero sin la autorización de Pasionaria y toda la cúpula del partido que estaban en el exilio dorado de Rusia.
Una novela irrefrenable, sobre mujeres y hombres que lucharon con convicción por recuperar su país, sobrevivieron luego en el exilio y regresaron, tras la muerte de Franco, a una España desconocida e indiferente con su modesta epopeya.
Inés y la alegría es el primero de los Episodios de una guerra interminable, un proyecto narrativo integrado por seis novelas independientes, que comparten un mismo espíritu y rinden homenaje a los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. A diferencia de estos, los Episodios de Almudena Grandes no aspiran a relatar grandes batallas, sino a reconstruir, desde la ficción, historias reales igual de heroicas, pero mucho más modestas, de la posguerra, los «momentos significativos» de la resistencia antifranquista.
Personalmente es la novela que más me ha gustado de Almudena Grandes, y he recordado unos pueblos por los que, en mi formación, en el año 74, sufrí, entre masías y palleses, una “supervivencias” que superé gracias a los guindos de la Seu y un buen trozo de tocino del pueblo oculto en el culo de la mochila. Es una novela donde la ficción envuelve a los personajes principales, que están insertados en un acontecimiento histórico en el que aparecen otros personajes secundarios tan reales como Pasionaria, Carrillo, Monzón, Carmen de Pedro, Agustín Zoroa, Francisco Antón...
Es rigurosamente cierto que el 19 de octubre de 1944, cuatro mil hombres que formaban parte de un ejército, que habían combatido en Francia contra los nazis, cruzaron los Pirineos e invadieron el valle de Arán, así como otros cuatro mil habían ido pasando desde finales de septiembre por otros puntos de la frontera, en una maniobra de distracción que tuvo éxito. La biografía existente a la que he recurrido ahora es escasa, compleja y contradictoria: La invasión de los maquís, de Daniel Arasa; Hasta su total aniquilación, de Fernando Martínez de Baños; Derrotas y esperanzas, de Manuel Azcarate.
Si encontráis algo más, hacézmelo saber.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Voy a dejar de ser un cocinilla


En el marco del Día de Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la Real Academia de la Lengua Española anunció que eliminará algunas definiciones que tienen connotaciones sexistas en su nueva edición, que se publicará en 2014.
“Se trata de que el Diccionario sea mejor, no menos machista, sino de que lo que diga sea verdad. Parece que solo actuamos a instancias de parte y no es así… no se cambia por protestas sino porque no es verdad. Lo que no se puede pretender es cambiar la realidad a través del Diccionario. Si la sociedad es machista, el Diccionario la reflejará. Cuando cambia la sociedad, cambia el Diccionario”, aseguró el director de la RAE, Pedro Álvarez Miranda.
Así las cosas, estas son algunas de las definiciones que serán reevaluadas para la nueva edición del diccionario de lengua hispana.
Gozar: Conocer carnalmente a una mujer.
Mujer: casada, con relación al marido.
Femenino: Débil, endeble.
Madre: Hembra que ha parido.
Padre: Varón o macho que ha engendrado… Cabeza de una descendencia, familia o pueblo…
Cocinilla: Hombre que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de su incumbencia.
Hombre: Individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza.
Huérfano: Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre.
No obstante, la nueva edición mantendrá algunas acepciones como la de sexo débil, que refiere como “un conjunto de mujeres”.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Lotería de Navidad 2014



Ya tenemos a la venta, a 23 euros el décimo, la lotería de Navidad.
Los interesados en colaborar en la venta de décimos poneros en contacto con Pepe Alvarez.
A través de cualquier miembro de la directiva podéis adquirir décimos sueltos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE TORVIZCÓN: AVATARES, RELIGIOSIDAD Y USOS DE UNA IGLESIA EN LA CAPITAL DEL CEHEL ALPUJARREÑO.

Germán Acosta Estévez

                                                                      Desde la Rambla de Barbacana
                                                                      Hasta los oteros del Talantar,
                                                                      Se oye un lamento de guitarra,
                                                                      De pena morisca y cristiana,
                                                                      Que quiere llevarse a la mar,
                                                                       El gran río de La Alpujarra.                                           
                                                                                            A Conchi y Carmen, nobleza "mayoya"
                                                  Foto: Manuel Morales Puertas.
Poco podían  imaginar Luis Zapata y María de Chaves los cambios proyectados por su nieto Luis casi medio siglo después de que ellos, en 1512, para poner en valor su extenso patrimonio acumulado en el Reino de Granada, vincularan sus bienes en la persona de su hijo primogénito Francisco y fundasen el Estado o Señorío del Cehel. Tras la fuga masiva de los moriscos de Albuñol (capital administrativa del Estado) el 17 de julio de 1561, Luis Zapata de Chaves, tercer señor del Cehel, decide emprender una serie de profundas reformas en el poblamiento de sus dominios con tal de frenar las huidas masivas de moriscos en el futuro. Para ello se proponía concentrar el hábitat en algunos lugares del Estado con tal de controlar mejor así a la población, despoblar algunas de sus alquerías y repoblar aquellas tierras con la quimérica cifra de 4000 Vecinos. También pretendía don Luis cambiar el emplazamiento de Torvizcón, pues no le gustaba el sitio donde se asentaba y trasladar su ubicación a “un sitio sobre el río Cádiar”: dicha modificación llevaría implícita el cambio de nombre del lugar.

Tras la rebelión y el extrañamiento morisco, se pone en marcha la repoblación filipina priorizando la de las denominadas Alpujarras, Sierras y Marinas, una labor bastante compleja que contó con más trabas si cabe en los Señoríos del Reino de Granada. Con una situación económica y personal delicada: embargadas las rentas del mayorazgo, pendientes de pago ciertas cantidades tras el asiento con la Corona de 64.000 ducados por la compra de la jurisdicción del Señorío, preso por contravenir las reglas referentes al comportamiento y decoro de la Orden de Santiago, muerte de su segunda esposa, don Luis intenta retrasar lo más posible la repoblación de sus predios, y ante el interés en ellos de la corona y el apremio de Felipe II, llega a escribir al rey en1571 afirmando que ya tiene 510 repobladores dispuestos a ocupar sus tierras. Cuando en 1588 ha mejorado algo su situación económica, entonces se procede a la repoblación del Cehel, aunque sólo se ocupan en principio unas 167 suertes en varios lugares de su dominio. A Torvizcón se le asignan 40 repobladores, si bien sabemos que en 1591 la población del lugar era todavía de 13 vecinos, por lo que cabe hablar de un alto grado de fracaso de la empresa repobladora en el Estado del Cehel. Cuando, a mediados de mayo de ese año se redacta la escritura de población y se refunda la villa de Torvizcón, en  lugar de denominarse Villa Leonor, como pretendía don Luis, en homenaje a sus dos esposas ya fallecidas y que tenían ese nombre, pasará a denominarse Villanueva del Çehel, convirtiéndose en la capital del Estado y alternándose el uso de ambos topónimos hasta 1676, aunque en algún que otro desliz en la documentación  prosopográfica se le vuelva a nombrar como Villanueva del Cehel en 1678. Como puede imaginarse, tampoco hubo cambio de lugar del asentamiento urbano: el caserío y su iglesia siguieron en el lugar originario.
IMPLANTACIÓN, MODIFICACIONES, CONTROL Y DOTACIÓN DE PERSONAL.
Tras la revuelta mudéjar en 1500, se abre un nuevo panorama en el Reino de Granada que busca lograr la asimilación de los moriscos, donde la iglesia católica va a jugar un papel fundamental. A pesar de la conversión en masa de los mudéjares al cristianismo, los dirigentes del Reino consideraban que esta no sería real de forma inmediata, pero que llegaría con una mayor presencia de la iglesia en el territorio y mediante la labor evangelizadora. La desconfianza y el fracaso no impidieron el desarrollo de un programa de implantación de parroquias, aunque este se realizase de forma lenta al tener que acondicionar las antiguas mezquitas, edificar nuevos templos y desplazar clérigos de otras diócesis para su servicio. Es en este contexto donde debemos entender la erección parroquial fundamentada en  la bula del Papa Alejandro VI, donde se recoge, amén de la fundación de numerosas parroquias por todo el territorio granadino, que en la Alpujarra suponen 40, más la colegiata de Ugíjar, la adscripción de la iglesia de Torvizcón a la de Almegíjar, dotándola con un beneficiado y un sacristán, en los siguientes términos:”In ecclesia parrochiali Sancte Marie loci de Almexixir con suis annexis del Torbiscon et Bordomarela locorum predicte diocesis unum beneficium simplex servitorium et unam sacritiam”. Aunque las fugas masivas de moriscos afectaron sobremanera a las tahas de los Ceheles (Torvizcón perdió en la huida de noviembre de 1507 aproximadamente la mitad de sus pobladores moriscos), al quedar muchas de sus alquerías despobladas, provocando así sustanciales cambios en su estructura parroquial, cuyos beneficiados se vieron obligados a ejercer su ministerio en otras iglesias e incluso alguno en el coro de la catedral de Granada;  sin embargo, en Almegíjar y Torvizcón sabemos que se mantiene la presencia del beneficiado y sacristán en 1527. Hacia 1530 son ya siete las iglesias construidas en La Alpujarra, tres en la parte granadina: en Tímar, Pitres y Torvizcón, mientras se hallaban en construcción entre otras las de Almegíjar, Ugíjar o Murtas.

Al ser Granada una iglesia de Patronato Real, la provisión de beneficios depende directamente del rey al elegirlos de entre una terna propuesta, para luego el arzobispo darlo a colación. Carlos V intentó que dichos beneficios se cubriesen preferentemente con sacerdotes naturales del lugar, luego con los del arzobispado y en última instancia con los de otros reinos. También decidió este monarca en 1526 que los fondos sobrantes de fábrica y beneficiados fueran a parar a la Corona y fuesen administrados por los prelados (4ª beneficial), lo que sin duda repercutió negativamente en los beneficiados de Granada, en especial en los de este señorío de la Alpujarra.

La fuerte presión fiscal, el incumplimiento de lo contenido en las capitulaciones en relación a las costumbres moriscas o supresión de las mismas después de las medidas de la Capilla Real o el endurecimiento de sus condiciones de vida tras el Sínodo de Guadix, van a propiciar un deseo irreprimible de huida del territorio Granadino. En concreto, de Torvizcón se documentan en el Archivo de la Alhambra en torno a una docena de huidas allende entre 1546 y 1563, lo que conllevaba automáticamente el secuestro de sus bienes por parte de la Corona de Castilla, siendo especialmente críticos los años1560 y 1563. Este despoblamiento incidirá negativamente tanto en las rentas señoriales como en las ya bastante maltrechas de los beneficiados alpujarreños. Con la rebelión de 1568, el odio morisco se traducirá en la quema de templos y el martirio hacia el personal eclesiástico.

Tras el censo que se hizo en abril de 1587en la Diócesis de Granada y que recogía el número de pilas y población de los lugares respectivos, el arzobispo Antonio Jorge y Galbán firma un decreto de erección de curatos y dotación de los mismos un mes más tarde. Por virtud de dicho decreto, se erigió en propio, perpetuo, colativo y sujeto a oposición el curato de Torvizcón y lo dotó el arzobispo agregándole el producto de las memorias, ingresos y demás donaciones del beneficio que se suprimía en dicha iglesia, y reservando el pontifical de este beneficio y la suerte de población que le pertenecía por dotación del curato de Almegíjar y Notáez. Hacia 1621, tal y como reza en el Informe de Gualcarán Albanell sobre las vicarías y parroquias de la diócesis, Torvizcón se convierte en sede de la parroquia, en tanto que Almegíjar pasa ahora a ser anejo de esta. Según el Libro de Respuestas Generales del Catastro de Ensenada en abril de 1751 “…en este pueblo ay quatro clérigos presvíteros, y uno ordenado y un sacristán” para servir a los 255 vecinos (1074 habitantes), mientras que en el Vecindario de 1755 también son cinco los eclesiásticos seculares que se computan para una población de 271 vecinos. Este aumento del personal eclesiástico en la villa se debe ante todo al crecimiento considerable de la población desde comienzos del XVII, pues en el censo de Campoflorido de 1718, aunque de fiabilidad reservada, se contabilizan en este lugar 150 vecinos.

A partir de 1837, con la supresión de los diezmos, el curato de Torvizcón fue considerado parroquia de segundo ascenso y de tercera clase en los presupuestos para los gastos de culto. En 1845 Madoz habla de la parroquia Nuestra Señora del Rosario también como curato de segundo ascenso servida por un párroco y un teniente de cura; tras el concordato de 1851 la diócesis de Granada queda estructurada en arciprestazgos, incluyéndose la iglesia de Torvizcón en el arciprestazgo de Albuñol junto a otras trece parroquias.

Según la Guía Eclesiástica del Arzobispado de Granada de 1885, Torvizcón sigue manteniendo la categoría de segundo ascenso dentro del arciprestazgo de Albuñol. Cuenta con 2516 habitantes y su iglesia tiene como dotación de culto 605 pesetas en tanto que el párroco tiene asignadas 875 pesetas anuales, por las 550 del coadjutor. Dentro de los cargos de esta iglesia se cita a un cura ecónomo, Joaquín María Robles, un coadjutor cuya plaza estaba vacante, lo mismo que la de sacristán, un teniente sacristán a cargo de José Martín Llorente, el organista Justo Marín y el notario Serafín Sáez López. La creciente despoblación del pueblo a finales del XIX y comienzos del XX debido a la filoxera  y consiguiente emigración, supusieron una reducción paulatina del personal eclesiástico en este lugar.

En el arreglo parroquial de 1906 se mantuvo la parroquia con categoría de ascenso bajo la advocación de San Antonio Abad, pero separando de su dominio los cortijos de la Contraviesa que serán agregados ahora a la parroquia de Polopos y a la coadjutoría de Alfornón. Por la nueva reforma de 1949 se crea el arciprestazgo de Río de Cádiar (desmembrado de los de Válor y Albuñol) del que pasará a formar parte la parroquia de Torvizcón junto con otras nueve parroquias más, entre las que se cuentan las de Cádiar, Nieles, Notáez,Lobras,Cástaras, Bérchules, Almegíjar, Narila o Juviles. Las modificaciones posteriores de 1970,1984 y 1987 afectan más a la variación de determinadas zonas que a las propias parroquias, si bien el despoblamiento y la coyuntura económica han propiciado que se reduzca el número de sacerdotes en estos pueblos alpujarreños y que una sola persona tenga que atender a varias parroquias.

Era deber de los obispos el  conocer a sus fieles y su situación, más aún tras el Concilio de Trento en el que se decidió que las visitas a las respectivas diócesis fuesen cada dos años al menos y en primera persona, si bien las circunstancias distintas de cada época y cada prelado harán de este propósito más bien un deseo que una realidad. La visita “ad Limina” de 1685 realizada por el arzobispo Alonso Bernardo de los Ríos y Guzmán refleja sucintamente el estado de la diócesis a través de una relación o informe en donde se puede leer: “La decima quarta vicaría es de Pitres. Tiene seis beneficios y curas en doze lugares: Pitres, Bubión de Poqueira, Capileyra, Torbiscón y Amecinar, Pórtugos, y Busquístar, Trevélez, Alcázar, Fregenite y Olías y Mecina Fondales”. A esta vicaría seguirá perteneciendo la parroquia de Torvizcón durante todo el Siglo XVIII y la primera mitad del XIX.

Tras la complicada situación vivida por la iglesia durante el Sexenio Revolucionario, todo parece volver al estatus anterior con la Restauración y el prelado Bienvenido Monzón decide reanudar su visita pastoral, interrumpida en 1872. A finales de agosto se dispone a visitar los arciprestazgos de Ugíjar, Albuñol y Motril, visita en la que se ve sorprendidos por recios vendavales en Cojáyar, Jorairátar o Gualchos. A Torvizcón llega el 20 de noviembre de 1882 donde realiza 2420 confirmaciones y dispensa 2121 comuniones.

Veinticuatro años deberán transcurrir hasta que se produzca una nueva visita “ad Limina” a este lugar. José Meseguer y Costa es recibido en la rambla el 16 de noviembre de 1906 por las autoridades locales y por el pueblo llano a la entrada del mismo, al tiempo que el párroco local, Antonio Fernández Guerrero, le esperaba en la llamada placeta de San Justo junto a un altar que se había levantado ex profeso. Desde allí partió la comitiva hacia el templo atravesando varios arcos realizados con ramas y flores en la confluencia de las calles. Según la crónica de esta visita, tras pronunciar un sermón de media hora desde el púlpito, se retiró a descansar a casa del médico Justo López Bonilla.

El día 17 lo dedicó a dar confirmaciones y visitar la escuela, donde le sorprendió el niño Manuel Hurtado, del que hablaremos más adelante; siguió confirmando a primera hora de la tarde para terminar la jornada con la visita a la ermita de San Antonio Abad. Al día siguiente continuaba su andadura.
AVATARES Y REFORMAS
A lo largo de estos casi cinco siglos de existencia, el templo de Torvizcón se ha visto afectado por distintos avatares que han obligado a realizar en él distintas reformas y modificaciones.

El virulento terremoto de 1522 que afectó sobremanera a localidades alpujarreñas cercanas como Cádiar o Ugíjar, acabó propiciando la construcción de nuevos templos en La Alpujarra en sustitución de las mezquitas derruidas por el mismo. Uno de ellos fue el de Torvizcón y sabemos que hacia 1530, el cantero Rodrigo de Gibaja andaba reparando el tejado de la iglesia, bastante afectado tras los seismos de 1526 y 1529. También se puede constatar en el interior del edificio la colocación de azulejos y alizares en el zócalo de la capilla bautismal como igualmente sucede en las parroquias cercanas de Cástaras o Mecina, que pueden ser fechados en 1560 aproximadamente.

Según un informe del arzobispo Guerrero de 1565 se necesita la intervención en la sacristía y en la torre, así como la creación de un puente levadizo con un gasto estimado para ello de 2500 ducados. Ya en 1569, el Viernes Santo, al alzarse los moriscos, prendieron fuego a la iglesia y varios años después los trabajos de rehabilitación avanzaban con lentitud debido a la escasez de medios económicos por parte del arzobispado pese haber destinado a ello la llamada cuarta  de beneficiados. Así, cuando Alonso López de Carvajal, visitador de la Alpujarra por mandato del Arzobispo Juan Méndez de Salvatierra, llega a Torvizcón en noviembre de 1579, relata que sólo existen dos vecinos y que la iglesia estaba aún quemada y no se celebraba misa en ella.  Las visitas realizadas en 1591 y 1594 sirven para constatar un leve aumento de población en la villa (13 vecinos en la primera) y que se han realizado ciertas obras aunque se requiere de más dinero para terminar la reconstrucción según se desprende de un informe encargado por la Real Chancillería de Granada a petición del monarca:”La yglesia de Torvizcón que está hecha y acabada que no le falta syno un(…)delante de la puerta de la iglesia que costara acabarse çinquenta mill maravedís…”. En 1597 tenían lugar nuevas reparaciones del albañil Luis de Barrionuevo y el carpintero Alonso López Zamudio y en 1640 trabajaba rehaciendo la armadura de la nave central Juan de Valdidares.

El aumento de población que experimenta el lugar entre los siglos XVII y XVIII requiere de una solución arquitectónica que dé cabida a ese mayor número de fieles. La decisión tomada fue realizar una ampliación de la capilla mayor derribando el testero del altar, así como también el levantar una tribuna a los pies y que hemos podido constatar su existencia ya en 1787. A mediados del siglo XVIII, el maestro de obras de la diócesis de Granada, Fernández Bravo, proyecta  en Torvizcón  la creación de una nave lateral con bóveda de aristas, rompiendo el muro del lado del evangelio. Así mismo insiste en la necesidad de elevar la torre para que los fieles escuchen con más nitidez el toque de las campanas para la misa, labor que se concluye a finales de este siglo superponiendo otro cuerpo de campanas igual que en las iglesias de Alcázar y Cástaras.

Lamentablemente, y al contrario de lo que sucede con la iglesia de pueblos vecinos como Fregenite Olías o Rubite, no conocemos en qué medida afectaron los terremotos de enero y agosto de 1804 (Dalías y Motril) a la iglesia parroquial de Torvizcón. Por el contrario, sí que disponemos de suficientes datos sobre las calamidades que afectaron al templo en el último lustro del siglo XIX.

Así, el temporal de lluvia, nieve  y fuertes vientos que afectan a la provincia de Granada a comienzos de 1895 se ceban en Torvizcón arrasando los olivares y otras arboledas, provocando el pánico y la ruina entre muchos vecinos. El día 16 de enero, día previsto para el comienzo de las fiestas de San Antón, la rambla, que venía muy crecida, carga por la parte de Levante contra el barrio del Cerrillo hasta tal punto de desplomarse un cerro que termina aplastando gran número de casas, dejando otras inhabitables y cegando la acequia que surtía de agua potable al municipio. En la noche del día 17, el caudal de la rambla empieza a combatir el barrio de la Iglesia hasta formar una gran barranquera y provocar el desprendimiento del terreno aledaño, por lo que 50 casas acaban desplomándose. Los testimonios locales de la época hablaban de desconcierto de la población por no saber dónde refugiarse, ya que seguía el hundimiento de viviendas y se comparan las imágenes con aquellas que se vieron en los pueblos sacudidos por el gran terremoto de 1884. De la iglesia se nos transmite la siguiente declaración: “Una de las naves de la iglesia parroquial se ha desplomado y la otra amenaza ruina, por lo que los fieles han dejado de concurrir a los cultos…”.Dos meses más tarde se nos relata que el pueblo aparece surcado por numerosos manantiales de agua cristalina que encharcan las calles, al tiempo que siguen los desprendimientos en el terreno, haciendo resentirse aún más al caserío: en la calle de la Iglesia se contabilizan 86 casas arruinadas y amenazando con desplomarse. La situación del templo es tan deplorable que el párroco decide predicar los sermones de cuaresma en la cárcel municipal.

El día 30 de octubre de1895 un nuevo temporal va a dejar su impronta sobre la iglesia de Torvizcón, ya que se hunde uno de los lienzos del tejado del presbiterio y el edificio acaba inundado, reblandeciéndose los muros del mismo. Por fortuna, según el párroco, tampoco  se vieron las imágenes afectadas ni el valioso cuadro de “La Coronación de la Virgen” que culminaba el altar mayor, pues los parejuelos se quedaron sujetos a la parte superior del retablo dada su proximidad con las vigas de la techumbre. Ante la evidencia de derrumbe, se prohíbe el acceso al edificio y se le pide al arzobispado que tome medidas antes de la llegada del invierno, no sólo por el peligro que entraña la situación del inmueble, sino porque los fieles se hallan privados de cumplir con los preceptos religiosos. Con el fin de proteger las imágenes y el retablo de los recalos, el día 3 de diciembre, el cura del lugar manda a Antonio Martín cubrir con maderas sueltas y unas esteras el agujero del tejado, pero el techo cede y el obrero cae y fallece en el acto.

La reparación del edificio va a llevar un tiempo desmedido, en gran parte por la inacabable burocracia y la lentitud administrativa. En este sentido podemos notar la impotencia del párroco y del vecindario que acuden a la prensa para intentar que el asunto no caiga en el olvido de los despachos, como en esta carta al director del diario La publicidad a comienzos de febrero de 1896: “no olvide el deterioro de la Iglesia de Torvizcón y se lo recuerde al Ministro de Gracia y Justicia y al Conde de Tejada…”.En noviembre de 1897 encontramos todavía el templo cerrado. El informe del arquitecto diocesano ha pasado ya al arquitecto provincial, quien a su vez lo remite al Gobernador civil a finales de este mes, cifrándose el  presupuesto de contrata en 7331’22 pesetas que se emplearán en la demolición y nueva construcción de la nave lateral y otras reparaciones de menor calado en el resto del templo. En enero de 1899 las ayudas gubernamentales aún no habían llegado.

No se acaban aquí las contrariedades del templo de Torvizcón en el siglo XIX. El 27 de mayo de 1899, durante la celebración de las Flores a María, se prendió fuego a una de las colgaduras del altar, y aunque el cura y el teniente de cura Facundo Fernández Rodríguez, junto con los vecinos asistentes actúan con premura, dichas colgaduras son pasto de las llamas que también causan desperfectos en algunas imágenes, macetas y demás adornos del altar; la rápida intervención logró salvar el retablo y el artesonado de madera. Finalmente hemos de reseñar que a comienzos de la Guerra Civil se quemó el retablo y el archivo parroquial.
El PATRIMONIO ARTÍSTICO. 
  Las numerosas descripciones de la iglesia de Torvizcón nos hablan de una nave principal cubierta con una armadura de limabordón a los pies y par y nudillo en el entronque del arco toral, con el almizate apeinazado, formando cuadrícula en el extremo de los pies; los sencillos tirantes descansan sobre canes de cartón abierto en S. La capilla mayor posee una armadura cuadrada de limabordón, con la mitad del almizate apeinazado, cuadrales sencillos y un par de tirantes en medio. La nave central dispone de una tribuna elevada a los pies y en el lado del evangelio tiene adosada una nave cubierta con bóveda de aristas y comunicada con arcos de medio punto a la nave principal. La sacristía también se dispone en la cabecera del lado del evangelio. En el lado de la epístola se levanta la torre, de planta cuadrada y dos cuerpos de campanas superpuestos con dos vanos de medio punto en cada lateral y tejado cubierto a cuatro aguas. A los pies se abre una sencilla portada, con arco de medio punto y a su derecha  la casa parroquial distribuida en torno a un patio.

Como en otras iglesias alpujarreñas, muchos de los elementos originales han desaparecido o han sido modificados, agregándose otros a causa de las necesidades de la parroquia o por causas de distinta índole, como hemos señalado en el apartado anterior. Por ejemplo, no se conservan las armaduras primitivas del techo, generalmente en la zona de la Contraviesa de álamo, aliso, castaño o pino laricio, fueron traídas en el siglo XVI de la sierra de Baza, de la de los Filabres, Huéscar o el Marquesado del Cenete; Llevadas por vía marítima a los fondeaderos de La Rábita, Castell de Ferro o el puerto de Motril y luego subidas por reatas de bestias por las ramblas hasta su lugar destino. Entre las obras de reciente añadido estarían el salón parroquial en 1926 y la capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno. A tenor del testimonio de algunos vecinos, esta capilla fue un regalo de un comandante del ejército tras la Guerra de África para cumplir una promesa. El 6 de octubre de 1928 muere en plenas fiestas patronales Eugenia Banqueri Ramos, cofrade del Santo Rosario, cuya familia guarda una estrecha relación con la iglesia de la villa de Torvizcón desde mediados del siglo XVIII. Esta mujer dejará una importante limosna para solar dicha capilla.

Dentro del patrimonio que atesora esta iglesia parroquial, destaca sobremanera, por su valor artístico, el lienzo de José Risueño La Coronación de la Virgen, perfectamente documentado y estudiado por Javier Sánchez Real. Según este investigador, resulta raro en el XVIII encontrar obras pictóricas en las iglesias de la Diócesis de Granada sufragadas con fondos de la Contaduría, pues lo normal es que fuesen costeadas por cofradías y particulares para altares y capillas a cuyo cargo también corría su mantenimiento y decoración.

Una de esas excepciones es el pago de 34.000 maravedíes  en 1705 a José Risueño por un lienzo de la Asunción con los Apóstoles para la iglesia de Torvizcón que sin embargo no es coincidente con el que hoy preside la capilla mayor y que muestra la Coronación de la Virgen en el que se puede apreciar la firma de referido artista. Esta falta de coincidencia sobre dos de los ciclos de glorificación de la Virgen pudo deberse, según Sánchez Real, a un error en la anotación del tema o un cambio en la composición del mismo. Es muy probable que, al comienzo estuviese destinado al Retablo mayor o se incorporase en fecha más tardía: ya en 1715 la Contaduría libera una cantidad de dinero para sufragar en parte el dinero de dicho retablo del que en 1895 se nos dice que estaba coronado por un valioso cuadro.


                                                                  Foto: M. Carmen Corrales
En palabras de Javier Sánchez Real y Domingo Sánchez-Mesa representaría el momento en el que el Padre Eterno y Jesucristo se disponen a depositar sobre la cabeza de la Virgen una corona imperial, estando presidido el acto por la paloma del Espíritu Santo. La virgen aparece en el centro con actitud de recogimiento y de rodillas sobre unos querubines. A ambos lados se hallan una pareja de angelillos con atributos mariológicos de las letanías: la azucena, la rosa y la paloma, símbolos de la pureza virginal, el amor y la inmortalidad, y como fondo un rompimiento de nubes con más angelillos y querubines.


                                                                Foto: M. Carmen corrales.
Dentro de las imágenes que custodia el templo, resalta la de la Virgen del Rosario por su policromía y, según muchas opiniones, realizada en el siglo XVIII.  Pero, por sus características, bien podría haberse realizado antes: ya en 1614 tenemos noticias de que María del Moral, vecina de Torvizcón, en una de sus cláusulas testamentarias**, deja dos cahíces de trigo (24 fanegas) para que se subasten en almoneda pública y con el dinero obtenido se haga una imagen de Nuestra señora del Rosario “dorada” y unas andas para la misma y que se mande a la iglesia de esa villa junto a una corona de plata para dicha imagen; así mismo, de lo obtenido, también se ha de pagar un Niño Jesús que debe estar con esa imagen. Esta presenta en brazos a un niño Jesús desnudo que se viste para la procesión en la festividad del 7 de octubre, portando ambos sendas coronas regaladas en 1928 por Manuel López y realizadas por el gran escultor y orfebre Navas Parejo, quien ya había realizado otras obras para iglesias alpujarreñas como la talla del Padre Eterno para la ermita del mismo nombre en Carataunas o la imagen de la Inmaculada de Cádiar realizada en 1915. En cuanto a las vestiduras para la procesión, la Virgen portaba en 1928 un vestido blanco con aplicaciones de oro, confeccionado y donado por Elena Lafuente, maestra  del municipio en el año señalado; el manto azul fue un regalo anónimo de dos hermanos de La Cofradía del Santo Rosario también en 1928.

Dentro de los enseres de orfebrería cabría mencionar el Santísimo Sacramento, pues ya en el año 1600, con motivo del paulatino asentamiento de repobladores y consiguiente aumento de la población, se solicita al Visitador del Partido, Francisco Osorio, que se autorice a la iglesia de Torvizcón a tener Santísimo Sacramento. La respuesta fue que se atendería dicha petición si los vecinos se obligaban a costear el aceite para una lamparilla que ardiera noche y día.
OTROS LUGARES DE CULTO.
En 1805 el sacerdote titular de Torvizcón hablaba de la existencia de una ermita consagrada a San Antonio Abad y que Madoz, en su Diccionario a mediados de siglo, puntualiza que es de propiedad particular. En la actualidad existen vestigios de un antiguo calvario a las afueras del pueblo. Curiosamente en este lugar, tras el regreso de la merienda que se celebraba en el campo con motivo de la Romería de San Cecilio el día 1 de febrero, los jóvenes y los niños, formando un corro, cantaban la canción que aparece en esta imagen:

Además hay dos ermitas: una en el cortijo Los Álvarez bajo la advocación de la Virgen de la Soledad y otra en el cortijo Salas consagrada a la Virgen del Rosario. En esta última, la imagen de la Virgen procesiona por primera vez en 1925, luciendo una corona de plata costeada por todos los vecinos y la figura del niño Jesús fue sufragada completamente por Federico López, vecino emigrado a Sudamérica, mientras que las andas fueron talladas por el maestro Adolfo Cuenca Zamora.
EL PERSONAL RELIGIOSO.
Las primeras noticias que disponemos del personal religioso son meras reseñas, apenas el nombre del párroco y poco más: en 1527 Almegíjar y sus anejos Torvizcón y Bordomarela estaban servidos por el vicario Diego de Hoz y un sacristán. De la preparación y vocación de estos decía en un memorial el Arzobispo don Pedro de Castro en 1594 tras visitar La Alpujarra que “son idiotas y sin suficiencia, no se dejan examinar y no les importa si se les amenaza con desposeerlos del puesto porque no hay sustituto. No confiesan ni predican…”Incluso algunos vivían amancebados. La suya era una situación económica maltrecha sobre todo después de la rebelión morisca en 1568, como sucedía con los beneficiados de Cehel Juan Briones, Gaspar Cobo o Rodrigo Miñaro, por lo que tenían que aunar varios lugares con tal de subsistir. No cambió mucho su situación veinte años después, pues sólo existían en el Partido del Cehel siete pilas pobladas con escasos vecinos: Turón con 17, Albuñol con 3, Murtas 17, Cojáyar 16, Jorairátar 28, Almegíjar 9 y Torvizcón 5.

 La concesión a varios señores del derecho de patronazgo sobre las iglesias de sus dominios por parte de los Papas Alejandro VI y Julio II, supuso un grave perjuicio económico para la diócesis donde se hallaban esos señoríos, repercutiendo directamente en los ingresos y situación de los beneficiados del Cehel alpujarreño. Algunos de estos señores intentaron hacerse también con los habices de las antiguas mezquitas, por lo que el arzobispado de Granada entabló un pleito por el derecho de la percepción de dichas rentas en el señorío de los Zapata a mediados del siglo XVI. Estos bienes habices, cuyo producto de su arrendamiento era destinado a obras pías, mantenimiento de caminos, fábrica de las mezquitas o rescate de cautivos, suponían en 1501 una suma de 232 pesantes, 4 dineros y 6 maravedís para la mezquita de Torvizcón (12´63% de los habices de las tahas alpujarreñas de Sahil y Suhayl): entre ellos encontramos varios pozos para riego y aprovechamiento de la rambla, un molino movido por agua, 19´5 marjales de riego, 2 marjales de viña, 64 morales y 42 olivos.

Los problemas económicos del señorío con el arzobispado no quedaron ahí, pues sabemos que en otoño de 1587 ambos pleiteaban en la chancillería por la percepción de cierta parte de los diezmos.

Otros hubo que incluso sufrieron cautiverio al ser capturados por piratas berberiscos. Así, en 1552, el todavía príncipe Felipe II promulga una Real Cédula para que, de la renta de los habices, se le den al Licenciado Jerónimo de Moya, vicario de la Taha del Cehel y beneficiado de Almegíjar y Torvizcón, 150 ducados para su rescate.

Entre las condiciones establecidas para la repoblación de Torvizcón y todo el Estado del Cehel, se contemplaba que se reservaría una suerte de población para el párroco o beneficiado y otra para el sacristán de la parroquia, que estarían sujetas al pago del censo de población correspondiente y de dos gallinas el día de San Martín. Estas suertes sólo podrían adjudicarse de nuevo a otra persona del mismo oficio por muerte o ausencia del titular, aunque no podrían ser vendidas. De ahí que, para asegurar cierto amparo a sus familias tras su muerte, intentaran durante su vida crearse un mínimo patrimonio interviniendo en algunas transacciones de compraventa, encabezamiento de rentas, así como siendo albaceas o testigos de testadores…Es el caso de Juan Porcel de Navarrete, párroco de Torvizcón, quien en febrero de 1604 compra una casa cerca de la iglesia de la villa en 50 ducados. Este sacerdote todavía seguía ejerciendo con 63 años en Torvizcón en 1621del que se dice que es un ejemplar y buen sacerdote. Pero, sin duda, es Bernardo Muñoz y Escobar,  beneficiado de Torvizcón a mediados del XVII, el que logra acumular un más que respetable patrimonio según se desprende de su testamento y codicilos posteriores, así como de las numerosas escrituras de venta, arrendamiento y obligación con varios vecinos de Torvizcón u otros lugares del señorío, firmadas ante el escribano Luis de Pajares. En 1656 Francisco Rodríguez Correa, vecino de Rubite, aunque nacido en Torvizcón, se obliga a pagar a Bernardo Muñoz el valor de nueve fanegas de cebada que le debe a este, para lo cual hipoteca una casa que posee en dicha villa en la calle que va a la iglesia. Este mismo Francisco junto a su mujer, Luisa Díaz, crean un censo de 1300 reales, comprometiéndose a pagar a dicho cura 65 reales al año hasta redimir el censo y lo avalan con varias viñas. Más limitado es el patrimonio de Alonso Fernández Nocete y de Manuel  Osorio Rosal, párrocos de Torvizcón en la primera mitad del siglo XVIII, aunque intentan agregar algo a su patrimonio participando como testigos o sirviendo como albaceas de varios de sus feligreses.

No faltaron tampoco casos en los que los sacerdotes aparecieron señalados de conspirar contra el orden establecido. Así el 27 de mayo de 1855 el Gobierno emite una Real Orden para que se averigüe por parte de los alcaldes de los municipios españoles si los párrocos de sus respectivos municipios se manifiestan proclives de palabra u obra al carlismo. El alcalde de Torvizcón, José Antonio Jiménez, a ese requerimiento manifiesta el 19 de junio de ese año que:”Debo decirle que siendo cuatro los eclesiásticos que hay en esta villa, en ninguno concurren los antecedentes que determina la Real Orden citada en su último periodo; pudiendo manifestar además que por haora no infunden sospechas ni peligro de ninguna clase pues se los be únicamente dedicarse a su ministerio”.

Y en alguna ocasión dieron muestras de intolerancia ante determinadas publicaciones que fomentaban el libre pensamiento en cuestiones religiosas tal y como sucede a mediados de 1889 al presentar Cecilio García López la obra “Religión al alcance de todos”, en Torvizcón sucedió lo siguiente: “…armaron, por la intransigencia del cura y el fanatismo de ciertos graves conservadores, un lío de doscientos mil de a caballo, con sermones en el púlpito, conatos de quema de libros, querellas en las tertulias, miradas torvas en las calles y demás aparatos y jeribeques de los románticos romanizantes, adictos al confesionario y a las letanías lauretanas”.

También fueron claras las muestras de anticlericalismo que se dieron, especialmente, durante la Segunda República. La vida de estos párrocos rurales va a cambiar significativamente durante el gobierno de Azaña por la reducción del gasto del culto y otras medidas como la conversión de los cementerios en civiles. La colaboración de alguno de estos eclesiásticos en determinadas cuestiones con los patronos locales, adhiriéndose a sus intereses, provocó cierta indiferencia hacia los asuntos de la iglesia, cuando no, distanciamiento y una creciente hostilidad. En este pueblo se dieron casos de interrupción de la misa a voces  y hubo burlas en la puerta del templo hacia los que acudían a ella. Ya en los primeros meses de la Guerra Civil, en un ambiente de continua mofa e iconoclastia, pudieron verse en Torvizcón a mulos y burros ataviados con ropas sagradas, aunque el párroco intentara quitar hierro a dichos episodios diciendo, en su informe remitido a las autoridades eclesiásticas, que era más por necesidad de aparejos nuevos que por un acto de befa contra lo sagrado.

Caso curioso es el de Justo José Esteban Antonio Banqueri y Romero, nacido en Torvizcón el 26 de diciembre de 1772 quien, tras cursar Teología y el Grado de Bachiller en Cánones en la Universidad de Granada, solicita que este título le sea conmutado por el Grado de Bachiller en Leyes a finales de 1897 para poder optar al examen de abogado de los Reales Consejos. Para ello alega el perjuicio personal que le supondría realizar los estudios y no poder costearlo económicamente: curiosa alegación perteneciendo a una familia bien posicionada de este municipio alpujarreño y que por los derechos de haber aprobado el examen como abogado de lo Reales Consejos ingresa 2250 reales de vellón y otros 120 después en la Real Caja de Madrid, cifra nada desdeñable en aquella época. Pero para llegar hasta aquí tuvo también que ejercer de pasante durante cuatro años en el bufete de Miguel Enjuto, abogado del Ilustre Colegio de la Villa y Corte hasta que en octubre de 1801 pasa el referido examen y en diciembre de ese año obtiene por fin el título deseado.

Y no menos curioso fue su tío, Fray Joseph Banqueri, religioso tercero en la iglesia parroquial de Torvizcón por la fecha en la que nació su sobrino, al que bautiza el 6 de enero de 1773. Arabista y religioso franciscano, luego secularizado, nacido en Torvizcón en 1745 y muerto el 22 de julio de 1818. Discípulo predilecto de Cassiri y colaborador de los Mohedanos, fue autor de Defensa de la Historia literaria de España y de los reverendos padres Mohedanos en  1783. Fue bibliotecario del Monasterio del Escorial, deán y prior de la catedral de Tortosa, miembro de la Biblioteca Real y de la Academia de la Historia. Entre sus numerosos escritos y obras destaca la traducción del Libro de Agricultura, de Ibn al- Awwam en1802.

Pero sin duda será Manuel Hurtado y García el personaje eclesiástico más destacado de esta villa. Nacido el 25 de marzo de 1896 en Arenas del Rey, a donde sus padres se habían trasladado desde Torvizcón para gestionar mejor su negocio, orientado a la industria y comercio del vino alpujarreño. Manuel, de carácter despierto, fue dejado al cuidado de sus abuelos en Torvizcón en 1906, donde asistía a la escuela y será allí, cuando ese mismo año, sorprende al  Arzobispo, José Meseguer y Costa, que se hallaba girando su visita pastoral, tanto por su llamamiento al prelado para que abrazase y bendijese a los niños pequeños como por su declaración firme de querer ser sacerdote.  Curiosamente al año siguiente ya lo encontramos en el Seminario de San Cecilio de Granada donde destaca por sus calificaciones y firme vocación sacerdotal. Antes de ordenarse, fue nombrado Prefecto de Disciplina y profesor de varias asignaturas de humanidades (el 18/12/1918 ordenado diácono y el 29/06/1919 Doctor en Sagrada Teología) hasta que el 20/12/1919 es ordenado sacerdote de manos del propio arzobispo. Profesor del seminario durante varios años, fue nombrado Ecónomo de la parroquia del Sagrario en 1921; en septiembre de 1923 pasa a la de la Magdalena como cura regente, de la que fue desde febrero de 1924 Ecónomo y desde el 24 de mayo de ese año párroco titular de ella.

Impulsor de Acción Católica, convencido de la función de la catequesis, hacia mediados de los años 30 concibe la idea de fundar una comunidad religiosa femenina: el  30 de noviembre de 1944 aprobada por el Arzobispo de Granada, Agustín Parrado, inicia su andadura la congregación de las Siervas del Evangelio, vistiendo hábito el 6 de enero de 1945, erigida congregación en octubre del mismo, emitiendo sus votos el 1 de enero de 1946 con dispensa de la Santa Sede.

Nombrado obispo en 1943 y auxiliar de Parrado en Granada, en 1947 ocupa el episcopado de Tarazona y ejerce de administrador apostólico de la catedral de Tudela, muriendo el 12/01/1966 en Tarazona. Sus restos son trasladados a la Casa Madre de la congregación en Granada en 1970.En 1997 se abre la causa para el estudio de canonización, declarado en 2004 Siervo de Dios, hasta que, finalmente en 2007, se realiza su beatificación.
RELIGIOSIDAD POPULAR: COFRADÍAS, HERMANDADES, ASOCIACIONES Y PEREGRINACIONES.
Las cofradías y hermandades se asientan en Granada tras la caída del Reino Nazarí, auspiciadas por la propia monarquía y los conquistadores y fueron multiplicándose a lo largo del siglo XVI. Estas sirvieron para reforzar al elemento cristiano viejo, si bien a penas sirvieron para integrar a los moriscos: las autoridades eclesiásticas del Reino de Granada intentaron en vano convertirlas en un nuevo  instrumento con el que evangelizar a los cristianos nuevos. Este asentamiento de las cofradías fue todavía más complejo en la comarca alpujarreña debido a su hábitat disperso, el aislamiento y la resistencia morisca.

Muchas de estas hermandades surgirán en La Alpujarra en torno a imágenes de gran devoción popular o referentes espirituales como San Antón, Cristo de la Yedra o la Virgen del Rosario. En concreto, las hermandades o cofradías rosarianas comenzaron a proliferar tras la victoria en la batalla de Lepanto en 1571 y que podemos atestiguar ya en 1576 en Ugíjar o en 1601 en Válor, Nechite y Mecina Alfahar. A lo largo del XVII se irán implantando por toda la comarca: Yátor 1639, Cádiar 1667 o en Albuñol 1670.

Podemos constatar que la densidad de hermandades no es muy amplia en las vicarías alpujarreñas debido esencialmente a la escasez de población, poco peso económico de los pueblos o la existencia de mayordomías para la organización de las fiestas religiosas. Con todo, se llegan a contabilizar unas 127 cofradías, cuyo incremento se notó especialmente a partir de 1650 y se puede considerar al siglo XVII como época dorada: algunos consideran que en este estallido cofrade fue determinante la peste de 1679 que fomentó las devociones locales significativamente.

Por lo general, gran parte de los actos de las cofradías estarán muy ligados a los ciclos festivos de los diferentes pueblos, pudiendo promover actos religiosos en festejos tradicionales como sucedía en Mecina Bombarón. Algunas de ellas asistían diariamente al templo, coincidían con otras del mismo lugar en ciertas festividades locales, ocupando un sitio privilegiado dentro del templo durante el trascurso de las mismas. Los fines básicos de estas cofradías eran el fomento del culto en el pueblo y de solidaridad y asistencia a los más necesitados. Para ello organizan comidas o actos benéficos, con tal de recaudar fondos o colaboran desinteresadamente en el momento del entierro en casos especiales. Muestra de dichas prácticas podemos encontrarlas en Turón, Yátor, Mecina Bombarón o Bayacas.

En Torvizcón son varias las cofradías que han ido jalonando su historia y prestado servicio en la localidad desde muy temprano pese a que la población era aún muy reducida. De entre ellas, sin duda, la primera en surgir y más arraigo tuvo fue la Cofradía del Santísimo Sacramento de la que tenemos la primera noticia contrastada de su existencia en 1611, (en 1610 el vecino Miguel Urbanejo se refiere a la cera del Santísimo Sacramento, pero no a la cofradía) año en que Catalina Pérez (viuda) determina en su testamento que en el momento de su entierro, su cuerpo sea acompañado por dicha hermandad y se le pague la cera y luminaria que se gastase. El sustento de dicha cofradía procedía tanto de los donativos que los fieles entregaban los días festivos a la salida de la misa, como de las aportaciones de los propios cofrades, ya fuese en dinero como en especies, o también de rifas. Así, por ejemplo, conocemos que Juana Valderas contribuía en 1614 y 1615 con 72 reales anuales a dicha cofradía tras vender la hoja de seda equivalente. Una de las fuentes de ingresos más importante de esta hermandad serán las donaciones testamentarias de los propios cofrades o vecinos de la villa de Torvizcón: las cantidades dejadas por estos resultan bastante dispares, pero las más frecuentes son de doce reales cada individuo, aunque hay casos como los de Benito Ruiz que deja veinticuatro reales en 1620, y Cristóbal Martín quien dona ochenta y ocho. También se dan casos de donaciones de personas residentes en otras localidades: Ana de Vargas, natural de Almegíjar, casada con Francisco Díaz, nacido en Rubite, residentes en este último lugar, deja a dicha cofradía 12 reales en 1648. Con estos fondos se cubría tanto el gasto de cera como el de culto, de ahí que los grandes beneficiados del esfuerzo económico que realizaba la cofradía fuesen el sacerdote, el sacristán y demás personal religioso de la parroquia, quienes sienten una inclinación especial por esta hermandad al contribuir al mantenimiento del templo, reparación y adorno del mismo. Es más, se ha constatado que en 1769, esta cofradía de Torvizcón daba como propina una libra de dulce a los eclesiásticos titulares que asistían a los Oficios de Tinieblas del Jueves Santo.

No faltaron tampoco los deudores a la cofradía o a los cargos de la misma. Juana Valderas, citada anteriormente, debía en 1614 veintiocho reales y setenta y dos el año de 1615; Juan Laguna adeudaba en 1695 a Francisco López, hermano mayor de esta cofradía tres reales de luminarias o Lucas de Rueda en 1721 que quiere saldar la deuda que tiene por el entierro de su cuñada Isabel.

La segunda cofradía que localizamos en Torvizcón a comienzos del XVII es la de Nuestra Señora del Rosario, de la que encontramos alusiones a la cera de la virgen también en 1610, pero cuyo primer testimonio directo data de1613 en el que Ana García se confiesa hermana de dicha cofradía. Dentro de las actividades  desarrolladas por esta hermandad destacan el culto a la imagen de la Virgen de su mismo nombre, la organización de la procesión durante la festividad de  la Virgen, el rezo del rosario y la atención de las almas de los parroquianos de Torvizcón, para lo cual tenían que buscar recursos a través de las limosnas y dádivas u otro tipo de aportaciones como las cuotas aportadas por sus integrantes o sorteos. Por los datos que manejamos, se puede inferir que esta cofradía tenía menos miembros que la anterior y entre los testadores son menos los que dejan limosna para la misma, en tanto que las cuantías aportadas suelen oscilar más que en la del Santísimo Sacramento y, por lo general, suelen ser menores. Esto no es óbice para la gran veneración que dicha imagen posee desde antiguo en el lugar, pues como vimos en un apartado anterior, María del Moral aportaba más de mil kilos de trigo para tallar una imagen de la Virgen del Rosario, a la postre patrona de la localidad, a cuya hermandad pertenecía también su marido Alonso de Quesada. Incluso, parroquianos de otros lugares, como el referido Juan Díaz, pese a ser enterrado en Almegíjar, el pueblo de su mujer, donde también existían dos cofradías, por devoción a dicha deidad, quiere que su cuerpo sea acompañado a la tumba por la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario de Torvizcón.

Gran relación existe entre esta hermandad y el cuadro de José Risueño que preside el altar mayor, si tenemos en cuenta que la Asunción y Coronación de la Virgen son dos de los misterios que se rezan en el Rosario. Así se explica el que, en mayo de 1715, se pagaran a José Correa Pallarés, mayordomo de dicha hermandad, 1500 reales de vellón para el dorado del retablo de la capilla mayor.

En cuanto al rezo del Rosario, se solía hacer por las calles y plazuelas de la localidad, especialmente en las fiestas de octubre en que tenemos noticias de su celebración a distintas horas del día. Durante las Fiestas Patronales de 1928, la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, refundada unos meses atrás, celebra dicho acto el día 6 por la tarde y el día 7 se reza tanto por la mañana como por la tarde. Por testimonios locales, conocemos que este llegaba hasta el antiguo calvario y que a los hermanos de posición social elevada les costaba levantarse para celebrar el Rosario de la Aurora tras haber trasnochado en aquellos bailes exclusivos de sociedad durante los festejos, recibiendo por ello la reprobación y la sátira de sus hermanos en forma de cancioncillas burlescas:” Si lo oyes y no te levantas, serás del infierno tizón…”. También tenemos testimonios de que en la madrugada entre el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección, los jóvenes torvizconenses recorrían las calles llamando al vecindario para el rezo del Santo Rosario deteniéndose en las puertas de las casa de los amigos, en las que, sirviéndose de bandurrias, guitarras, violín, castañuelas, triángulo y pandereta, entonaban la siguiente canción:



Durante la procesión de la Virgen del Rosario, los hermanos de dicha cofradía portaban el estandarte bordado con la imagen de la patrona, de color burdeos, llevando también estrellas y banderolas como distintivos. Ese año de1928, en el trascurso de la procesión, hubo una representación alegórica de los Tarsicios del pueblo vestidos de monaguillos.

Hemos encontrado también referencias a la procesión del Santo Rosario a comienzos del siglo XX durante las fiestas de San Antón: por ejemplo, en 1917 se celebró en las tardes del 17 y 18 de enero, justo después de terminar la del patrón de la villa, donde la cofradía asistió a la misma  portando bengalas.

Ya a finales del siglo XVII se tiene noticias de otras dos cofradías más: En 1695, Isabel del Caño, esposa de Francisco de Molina, escribano de Torvizcón por esa fecha, declara ser hermana de las dos cofradías anteriores y además de las hermandades de Nuestro Señor San Antonio Abad y de las Benditas ánimas, lo que confirma cierta tendencia de algunos vecinos a pertenecer a distintas cofradías dentro del municipio, especialmente los mejor situados social y económicamente. Francisco Vidal también declara en 1721 ser cofrade de esta última como de la del Santísimo Sacramento. Sin embargo, no debieron ser hermandades con muchos integrantes y acabarían desapareciendo de forma temporal o definitiva,como es el caso de la de las Ánimas. Según el periódico La Esperanza de Madrid, haciéndose eco del parte oficial del Ministerio de Gracia y Justicia, el día 7 de marzo de 1868 quedaban aprobados “los estatutos por los que había de regirse y gobernarse la que con el título de Benditas Ánimas trata de establecerse en la villa de Torbiscón, diócesis de Granada”.

Otras hermandades surgidas con posterioridad y  de las que apenas guardamos referencias son las de la Inmaculada, cuyo distintivo era una medalla con cinta celeste, y la del Corazón de Jesús.

Durante la dictadura franquista, el fortalecimiento de la iglesia católica fue evidente, en especial con el asentamiento de la doctrina del llamado nacionalcatolicismo y tras la firma del concordato de 1953. La prueba más palpable de su poder fue el incremento de su presencia en el espacio público como modo de control social: desde mediados de los cuarenta y durante toda la década de los cincuenta, este proyecto religioso tradicional inunda las calles de pueblos y ciudades con actos marianos, romerías o Rosarios de la Aurora, peregrinaciones de la Virgen de Fátima o las misiones populares. En estas últimas fue donde depositaron mayor esfuerzo los católicos del régimen a través de un gran despliegue propagandístico y de movilización con la idea de transmitir que lo religioso lo ocupaba todo. Las autoridades eclesiásticas de Granada y la prensa afín siempre subrayan el desbordamiento de la asistencia de los fieles al templo y del fervor popular. En mayo de 1954 se afirmaba que, en los actos misionales celebrados en el pueblo de Torvizcón, el templo “se vio repleto de fieles a pesar de la lluvia incesante de los últimos días; no cesaron de venir cada vez con mayor fervor”.

Asociaciones como Acción Católica, de carácter laico y con una directiva femenina, también cobrará un papel fundamental en la vida religiosa tanto de este pueblo como de los otros municipios alpujarreños .Con ello, el catolicismo daba un espaldarazo a la participación de la mujer en la comunidad eclesiástica cercana, para  llevar a cabo una labor evangelizadora muy sutil. Principalmente se encargaban de la organización de actos en sintonía con el párroco de la localidad: comuniones, bodas, bautizos…

En el mes y medio de periplo viajero de la Virgen de Fátima por la comarca alpujarreña, uno de sus destinos fue este pueblo de Torvizcón. El día 11de julio de 1951, para recibir a la imagen de la llamada “Virgen Peregrina” una nutrida representación oficial encabezada por el alcalde y la corporación municipal, el sacerdote y otros miembros destacados de la comunidad torvizconense se desplazaron a Órgiva para hacerse cargo de la imagen, para lo que se habilitó una carroza, poniendo rumbo hacia Tablones y luego hacia el Puerto del Jubiley. Destaca el cronista el recibimiento de Torvizcón, pues un gran número de vecinos se adelantó un Kilómetro a recibir a la comitiva portando farolillos encendidos de colores, creando una atmósfera llamativa en contraste con la oscuridad de la noche; el pueblo también se mostraba pleno de luz, adornadas sus calles con arcos de ramas y los balcones y fachadas engalanados con colchas. Al día siguiente, por cuestión de espacio, se celebró la misa en la plaza en la que se repartieron “más de mil comuniones”. Después se desarrolló el besamanos y la acostumbrada subasta de palomas de las andas que dio como resultado una notable recaudación, otro de los objetivos de estas peregrinaciones de la Virgen de Fátima. Por la tarde, la efigie se marchará hacia el pueblo de Alcázar y, al poco de abandonar éste, en la venta conocida como de las Tontas, tiene lugar uno de los milagros asociados a esta efigie y que ya describimos en otro trabajo.
USOS DEL TEMPLO.
Uso defensivo: La caída del Reino de Granada va a propiciar la creación de una frontera interior que traerá consigo en el siglo XVI un aumento considerable de ataques de corsarios berberiscos, guiados y ayudados por los moriscos de la zona, en especial en la década de los 60, con los consiguientes saqueos, captura de  cristianos…El avance de los turcos en el Mediterráneo y el colaboracionismo de la denominada quinta columna morisca crean una situación alarmante. A pesar del refuerzo y mejora de las defensas de la costa, las iglesias acaban por convertirse en construcciones defensivas, a modo de fortalezas o castillos, llegando algunas a estar dotadas de almenas, barbacanas, puentes levadizos, torres exentas, etc., tal  como puede apreciarse en diversas iglesias alpujarreñas como las de Mecina, Turón, Berja, Ugíjar o Torvizcón. De esta situación de inseguridad en la zona de la Contraviesa hablaba Antonio Moreno en 1567 en los siguientes términos:”…hay una loma en lo más alto que es traviesa de toda la comarca, a donde las veces que los moros vienen a hacer daño en esta costa y entran en la Alpujarra, es por allí su camino…El uno de estos lugares y de los mayores es Torvizcón…tiene cuarenta vecinos…Estos lugares se han llevado muchas veces a Berbería”.

En el mismo sentido hemos de considerar las palabras de Luis del Mármol y Carvajal de poco  tiempo después, al  describir las tahas de Sahil y de Suhayl:”…lo que cae hacia la costa de la mar es muy despoblado, y por eso muy peligroso, porque acuden de ordinario por allí muchos bajeles de corsarios turcos y moros de Berbería”. El miedo a la rebelión y los ataques de piratas berberiscos será el motivo de la construcción de torres-campanario como refugios y puentes levadizos en iglesias como las de Notáez y Torvizcón. De hecho, en un informe de 1565 ordenado por el arzobispo Guerrero, se hablaba de la necesidad de reparar la iglesia de éste último, en la que poco antes se había edificado la sacristía, la torre y puentes “levadiços por el peligro que ay de moros”. En la visita de 1591 de don Pedro de Castro se apuntaba la existencia de dos torres:”…la una en el pavimento del altar, al lado de la epístola y en el primer suelo desta sirbe agora de yglesia y se dice misa al otro lado del evangelio; al frontispicio hay otra torre fuerte. Estas dos torres eran primero defensa de la yglesia, que cada una guardaba los dos lienços de la yglesia, y en esta de abajo se acogía el beneficiado y los cristianos viejos del lugar en tiempos de rebatos…”

Durante el siglo XVII el peligro de ataques sobre la costa granadina continúa, sobre todo en la primera mitad de la centuria, siendo más intensos entre 1615 y 1621, debido a la expulsión definitiva de los moriscos en 1609 y el agravamiento de las relaciones con el norte de África. Muestra de ello son los ataques a Adra en 1620 y a Gualchos en 1640 y la construcción de templos de nueva planta con torre. Por ello en Torvizcón, en 1621 se dice de su iglesia que posee una sola nave, sacristía y “torre bien labrada”, con existencia de otra torre fortaleza adosada al templo. Ambas se pueden apreciar todavía en el plano que se encuentra en el Libro de Respuestas Generales del Catastro de Ensenada correspondiente a esta población, fechado en 1751, y que se custodia en el Archivo Histórico Provincial de Granada. Probablemente, tras la visita de Fernández Bravo en 1755 y el desarrollo de las reformas diseñadas por él para esta iglesia, así como de la mejora de la condiciones de seguridad a partir de 1791, el templo perdiese paulatinamente la función de refugio y fueran desapareciendo sus elementos defensivos.


Uso político, judicial y administrativo: Por otro lado, en las dependencias de la otra torre se van a llevar a cabo todas las labores que corresponden a la administración y gestión de este vasto territorio del Señorío del Cehel desde el siglo XVI. Francisco Guardia Martín asegura que, tras la repoblación de la villa de Torvizcón, se celebraba el Cabildo del Concejo “al son de campana tañida” en la puerta de la iglesia. En 1591se cuenta que viven en aquellas dependencias el “Gobernador o Alcaide de la tierra de don Luis Zapata y se recoje con él  alguna gente vecinos de la tierra de los lugares despoblados…”. En el informe de 1621, amén de reflejarse el carácter defensivo de la otra torre, se dice que es la casa de Francisco Zapata, cuarto señor del Estado de Torvizcón. En ella también actuará el escribano del Estado, registrando notarialmente todas las transacciones llevadas a cabo en el territorio de su jurisdicción, dando fe de las distintas cartas de poder, de venta, testamentos, escrituras de dote y arras; así como también se celebran en aquellas dependencias hasta 1834 juicios tanto civiles como criminales en primera instancia, dado el carácter jurisdiccional que tiene dicho señorío desde 1559. 

Muestra de esta interconexión  de poderes que se dan en el edificio parroquial es que ambas dependencias, la administrativa y la sagrada estaban comunicadas y el personal del Conde de Cifuentes tenía el privilegio de acceso directo a la tribuna de la iglesia, según se expresa en un memorial de 1787:”…por timbre de mayorazgo en dicha villa ay palacio donde se halla la administración, y una torre de tiempo ynmemorial, con tribuna a la misma yglesia parroquial, cuios dos edificios se hallan unidos”. Otra impronta del carácter señorial del  edificio podemos apreciarlo en el escudo que hay en una de las paredes del patio que sirve de distribuidor a la estancia actual y que fue colocado allí por orden de María Luisa de Silva y González de Castejón, 15ª Condesa de Cifuentes y de Juan Bautista de Queralt, conde de Santa Coloma, seis años después de contraer matrimonio, según reza en la leyenda escrita en forma abreviada bajo dicho escudo:”A expensas del Excelentísimo Señor Conde de Santa Coloma y Cifuentes. Año de 1800”.
                                                Foto: Conchi Sánchez de los Ríos. 
Conmemoración de hechos singulares: A parte de su servicio eminentemente religioso, la iglesia sirvió de vehículo para refrendar o conmemorar  hechos significativos acaecidos en el panorama nacional, provincial o local. En 1812 asistimos al nacimiento y proclamación de la Constitución de “la Pepa”. El ejemplar de ésta se recibe en Torvizcón el 7 de noviembre y el juez de la villa ordena que esa misma tarde se publicase y celebrase tanto en la Plaza Mayor, como en la Iglesia. Para llevar a cabo el acto de acatamiento de dicha Carta Magna, se hace limpiar y engalanar el municipio y a las ceremonias de ese día asisten las autoridades locales, el cura, José Tomás de Mendoza y el pueblo llano, ante el cual fue leído el texto constitucional en el templo y en la plaza, recogido con regocijo y aclamaciones a Fernando VII. Al día siguiente (domingo, día 8) se celebró una misa de acción de gracias antes del ofertorio, oficiada por Joseph Banqueri, al que ya hemos citado y que ese año ocupaba el puesto de deán en la catedral de Tortosa. Una vez concluida la misa, se prestó juramento a la Constitución  y se cantó el habitual “Te Deum”.

En abril de 1834 tuvo lugar la proclamación del Estatuto Real y la consiguiente convocatoria de Cortes  el 4 de junio. Torvizcón celebró el acontecimiento con una misa de acatamiento a dicho texto. Los festejos por tal  hecho histórico se prolongaron durante tres días, en los que la diversión fue completa, a tenor de lo relatado por el cronista de La Revista Española:”canciones patrióticas sin cesar, iluminación, cohetes, misa solemne con sermón, comida a los presos de la cárcel, y una serenata dada por las señoritas principales à las autoridades y personas más distinguidas…”.

También se celebró allí y en otros rincones significativos del pueblo el regreso en febrero de 1844 de María Cristina, madre de la reina Isabel  II, tras el ostracismo al que había estado sometida por Espartero en su exilio forzoso de Marsella desde 1840. Además, el ayuntamiento, vecinos, religiosos propietarios y hacendados firman un manifiesto el 30 de marzo de 1844 en el que, aparte de felicitar a la Reina Madre, muestran la adhesión incondicional hacia su hija, a la que esperan que guíe por la senda correcta, y a la que reconocen su actuación determinante en 1832 durante la enfermedad del rey, y en 1834 al aprobarse el Estatuto Real e implantar el liberalismo ante la amenaza carlista.

En octubre de 1911, vísperas de fiesta, se celebraron en la iglesia de Torvizcón solemnes funerales por el alma de María Teresa Santiago, madre del Diputado a Cortes por el Distrito de Órgiva, el albuñolense Natalio Rivas, por entonces Subsecretario de Instrucción Pública.  O ya, entre el 29 de Diciembre de 1918 y el 6 de enero de 1919 se celebró un novenario en la iglesia impulsado por la maestra Elena Lafuente en el que se recordó a las víctimas, la gran cantidad de afectados y el sufrimiento padecido en Torvizcón a causa de la gripe de los últimos meses de 1918, al tiempo que se dio las gracias a la Virgen del Perpetuo Socorro por haber cesado el mal de forma definitiva. Para tales actos, además de erigir un altar, se creó un coro que cantó canciones compuestas por la referida enseñante, alusivas a los afectados por la epidemia, a la que nos referimos hace unos meses en otro artículo.

Uso funerario: La dualidad alma/cuerpo que tanto espacio ocupó a la filosofía idealista a lo largo de la historia, se convierte en un elemento crucial para el hombre del quinientos y del seiscientos en el momento de la muerte en las que ambas deben separarse:”el alma a Dios que la crió y el cuerpo a la tierra donde fue formado”. En espera de la resurrección de la carne y su unión al alma tras el juicio final, el cuerpo ha de ser inhumado y, para el hombre del Barroco, resulta crucial la elección de la sepultura, ya que le recuerda su naturaleza de mortal. Descansar en el templo  supone adelantar un paso para el juicio final y dignificarse espiritualmente. Lo que en principio estuvo al alcance de muy pocos, comienza a ser algo usual en el XVII.

El enterramiento era tradicionalmente “a lo llano”, directamente en la tierra y normalmente en la parroquia a la que pertenecía el difunto, primero porque el ser enterrado en otra parroquia gravaba sustancialmente los gastos y, en segundo lugar, porque la vida del finado había transcurrido allí y allí debía proseguir tras la muerte, dado que allí permanecerán su familia y convecinos, manteniendo el recuerdo con sucesivas misas ofrecidas por su alma. El cuerpo será trasladado desde el domicilio familiar a la iglesia a hombros de los pobres o de las cofradías existentes que solían proporcionar el ataúd comunal y la cera: a cambio, el finado dejaba estipulada en su testamento la limosna para tal fin.

De los aproximadamente setenta casos que hemos estudiado en Torvizcón durante los siglos XVII y XVIII, todos expresan el deseo de ser enterrados en la Iglesia del pueblo, acompañados por el beneficiado, el sacristán y la cruz de la parroquia. No todos declaran la decisión de ser portados a hombros y acompañados por la Cofradía del Santísimo Sacramento o la de la Virgen del Rosario, si bien aquellos que lo eligen, sienten más inclinación por la primera. Una parte de estos fieles torvizconenses  manifiesta el anhelo de ser enterrado con el hábito de San Francisco de Asís; todos sin excepción acaban dejando una limosna para la redención de cautivos y mantenimiento de los Santos Lugares de Jerusalén.

El número de misas, aparte de la de cuerpo presente y novenario acostumbrado, va a depender un tanto de la capacidad económica del testador y de la devoción o creencia de este en la combinación de las mismas, de ahí que encarguen que muchas de ellas se digan a determinados santos y en los altares más privilegiados de la capital. Hacia 1700 el número de misas encargadas por los difuntos a sus albaceas era tan desmesurada que tuvieron que reducirse necesariamente por ser imposible su realización, pese a que suponía una importante fuente de ingresos para las parroquias: cuatro reales las misas cantadas y dos para las rezadas, duplicándose el precio de las mismas a mediados del XVIII. En este pueblo de Torvizcón, el término medio de misas que requieren los finados gira alrededor de las treinta ó cuarenta, si bien existen casos excepcionales: en 1746 Francisco López expresa el deseo de que se recen por él seiscientas misas, Juan López en 1655 había determinado que se le dijesen quinientas setenta y una misas, pero en un codicilo posterior rebaja la cantidad justo a quinientas, quinientas son también las encargadas por María Velasco en 1743, Luis Pérez hacia 1733 ordena que sean cuatrocientas, Isabel del Caño en 1695 decide que se digan 150 misas por su alma, mientras que Juan Alonso en 1693 sólo pide quince.(la cuarta parte del total de sufragios por el ánima debía realizarse en la parroquia a la que pertenecía el difunto).

En cuanto a la elección de la sepultura, los torvizconenses se decantan por ser enterrados en la iglesia del pueblo, si bien la mayoría deja la elección de la sepultura en manos de sus albaceas, otros, en cambio, precisan sumamente el lugar para su inhumación. Algunos prefieren ser enterrados junto a sus parientes cercanos para mantener los lazos familiares incluso después de la muerte: Salvadora Argote  en 1616 designa ser enterrada en la iglesia de esta villa donde está enterrado su marido. Ana García en 1613 quiere ser enterrada junto a su marido “que está junto al púlpito a la parte del evangelio”, lo mismo que Juana Valderas en 1615 expresa el deseo de ser enterrada donde está enterrado su marido Juan de Guescar (sic). Si no era posible el enterramiento en la capilla o tumba familiar, la mejor forma de asegurarse una tumba en la iglesia era comprarla en propiedad, aunque sólo hemos detectado el caso en 1648 de Ana de Vargas, oriunda de Almegíjar en el periodo estudiado. Tenemos el  caso de María Rodríguez Correa y Robles, hermana de la Cofradía de las Benditas Ánimas de Torvizcón, que decide ser enterrada en un lugar de cierto privilegio como es la capilla de la Virgen de los Dolores de dicha iglesia en 1773.

El ser sepultado lo más cerca posible del altar, buscaba el obtener un lugar hasta el final de los días donde les llegase más directamente el sufragio de las misas: ya hemos mencionado el caso de Ana García y su aspiración de ser enterrada junto al púlpito, lo mismo expresa Andrea Vázquez en 1731. Otros lugares requeridos para su tumba para los habitantes de esta villa son las puertas y la pila de agua bendita: Miguel Urbanejo en 1611 manifiesta que quiere ser enterrado junto a la pila de agua bendita, mientras que Isabel María en 1749 lo desea en el trance de la puerta. Estos últimos lugares son elegidos generalmente por los más pobres y por ser zonas de tránsito obligado, adquiriendo así el valor añadido de la humildad,  y pobreza, y sus moradores quieren ser pisados por el resto de los fieles, siendo así más recordados.

Los testadores de Torvizcón van a elegir otros lugares en el templo como última morada: Juan del Caño de los Ríos en 1709 elige el tercer trance de la Iglesia contando desde el altar, en tanto que Manuel Morcillo en 1743 designa el cuarto trance, Catalina de Abril en 1669 prefiere el último y Juan Laguna en 1695 desea ser sepultado en la sepultura de los pobres.

Las disposiciones legales y enfermedades fueron apartando a los difuntos de ser enterrados en el interior de las iglesias y de los cementerios adyacentes poco después, sobre todo desde comienzos del XIX. Pero los granadinos tardarán en acatar la ley, siendo muy fuertes sus reticencias a ser enterrados lejos de su templo parroquial, también por parte de los sacerdotes locales que verían mermados sus ingresos. Torvizcón tampoco fue una excepción en este asunto, pues aparte del perjuicio para la salud pública que suponía el cementerio que existía próximo a la iglesia, se construyó uno nuevo en 1835 en la parte superior del municipio que quedó en desuso en 1839, y aún en 1845 se hallaba abandonado y rodeado de monte, según Madoz, y en la Memoria Administrativa de la Provincia de 1879 se refleja que su estado es regular. Todavía incluso hoy podemos encontrar en la Alpujarra algún cementerio contiguo al templo como sucede con la aldea de Olías, en la falda de la Sierra de Lújar.

Uso religioso: Sin duda los actos celebrados dentro de esta iglesia, correspondientes al ciclo litúrgico y festividades locales, fueron y son su principal razón de ser. Dentro de ellos habría que destacar la celebración de las Flores de Mayo, de gran predicamento en toda la Alpujarra, en especial durante los siglos XIX y XX, que en Torvizcón despertaron especial interés para los vecinos durante la última década del XIX por la participación en el acto de cada tarde de Paquita Spi, una niña con una voz prodigiosa.

Uno  de los ejes dentro del calendario cristiano en este lugar es incuestionablemente la Semana Santa*, ya que en ella se rememora la pasión y muerte de Jesús con un sello de identidad propio. Esta daba comienzo el Domingo de Ramos con la bendición y el reparto de palmas, que entonces proporcionaba la iglesia, para colocarlas luego en los balcones de cada casa: con el tiempo cada cual tuvo que pagarlas de su propio bolsillo.

Durante los días centrales de esta semana de pasión, dejaban de tocar las campanas y en su lugar se llamaba a los fieles a los actos religiosos con una carraca muy grande y que algunas  personas de las más antiguas del lugar recuerdan que era llevada por dos personas. También hay que reseñar que las imágenes del templo permanecían tapadas en señal de duelo, pero además para  resaltar el protagonismo del momento de la crucifixión y entierro de Cristo. Pero estas celebraciones litúrgicas conllevaban ciertas restricciones en el comportamiento y discurrir cotidiano de los vecinos, sobre todo durante las dos primeras décadas de la posguerra: no poder comer carne hasta el Sábado de Gloria ( de ahí el dicho popular:”el Sábado de Gloria, chicha en la olla”), no se abrían los bares ni tampoco se podía visitar a las novias respectivas.
Del Jueves Santo cabe destacar en épocas pasadas el lavatorio de pies o el oficio de tinieblas durante el crepúsculo. Para la celebración de la llamada “hora santa” de este día se levantaba “el monumento” en la nave lateral de la iglesia junto al retablo del Sagrado Corazón de Jesús, el cual  se cubría con tela de color morado. La iglesia se decoraba con maceteros que traía la gente de sus casas decorados con lazos y en los que se plantaban semillas: lentejas, garbanzos, maíz… Después de la procesión del Nazareno, éste se velaba toda la noche y cada barrio tenía determinadas sus horas para hacerlo.

Mucho más intenso y cargado de actos trascurría el Viernes Santo. Después del sermón, a un Cristo crucificado dispuesto en el altar mayor y tapado con una cortina, se le retiraba ésta mientras el sacerdote pronunciaba las siguientes palabras: "bájale los brazos, que ya bastante ha padecido". El sacerdote entonces procedía a quitarle los clavos con la consiguiente bajada de los brazos.
  Por la tarde se desarrollaba la procesión del Entierro de Cristo con los pasos del Santo Sepulcro y la Virgen de los Dolores, con parada especial y simbólica en el Calvario y en la que las mujeres iban vestidas de luto en señal de duelo; había un hombre que se encargaba de pedir limosna con una bandeja durante el trascurso de ésta y las demás procesiones utilizando estas palabras: "a la soledad de la madre de Dios, una limosnita por Dios". La procesión del Silencio salía en torno a las 10 de la noche, realizando el recorrido de costumbre y se cantaban saetas en la calle, Luego salía la Soledad, imagen que tiene como rasgo distintivo siete espadas en el pecho, alrededor a las 12 de la noche.

 Otro de los actos llamativos  de la Semana Santa de Torvizcón era el “Via Crucis” con sus correspondientes catorce estaciones. Tenía como punto de partida el barrio de las Cruces y concluía en el Calvario: entonces existían cruces a lo largo de todo el recorrido y  eran de forja incrustadas sobre una base de mármol o piedra; la gente se postraba de rodillas en cada estación, para lo que  algunos utilizaban hojas de pita a modo de almohadilla. En el calvario había también una cruz de mayor tamaño, y en sus proximidades un sitio donde, según la leyenda local, no crecía la hierba.
A las 10 de la mañana del sábado, cuando repicaban las campanas anunciando la resurrección, se salía a la calle y se cogían 5 piedras o chinos que se guardaban para cuando hubiera tormentas, a continuación se decía una misa bastante extensa generalmente, tras la que la gente se llevaba una botella de agua bendita que se iba echando en todos los rincones de la casa para protegerla de los malos espíritus. Las restricciones de comer carne o de otro tipo habían tocado a su fin.
Ya de madrugada, entre el Sábado Santo y el Domingo de Resurrección, tenía lugar la procesión del Resucitado que salía desde la ermita de San Antonio, al tiempo que cerca de ella se preparaba el Judas; por otro lado salían la Virgen y San Juan “el chismoso” y cuando confluían en la plaza del Ayuntamiento, San Juan se acercaba corriendo al encuentro del Resucitado, para inmediatamente después hacerlo hacia la Virgen. Luego volvían a coincidir en el puente que había en el barranco y allí, para recordar la traición y ahuyentar los malos espíritus, se quemaba el Judas frente a ellos: siempre procuraban que éste estuviese haciendo aguas menores, se le metía humo de pez, algún gato, cohetes rateros, así como también, los mayordomos solían adosarle cuartillas escritas donde se reflejaban los hechos más curiosos acaecidos durante ese año en la localidad.
Con excepción de la procesión del Santo Entierro, el Vía Crucis y la quema del Judas, todos los demás actos y procesiones han ido desapareciendo de la Semana Santa de Torvizcón, lo mismo que desaparecieron también los festejos que se desarrollaban en diciembre en honor de la Inmaculada Concepción, cuyos actos estaban organizados principalmente por la Cofradía de la Inmaculada de este lugar y de gran raigambre así mismo en la mayoría de los pueblos del Estado del Cehel durante los dos pasados siglos, como por ejemplo en Alfornón.
De más calado resultan los festejos celebrados en este lugar en honor a su patrona, la Virgen del Rosario. Los actos que se verificaban los días previos a la función eran meramente de carácter religioso, que incluían un novenario de misas cantadas y celebración diaria del Rosario por la calle. Este se repetirá también los días 6 y 7 de octubre, por la mañana y por la noche respectivamente, y el de la Aurora tendrá lugar ambos días en torno a las cinco ó seis de la mañana.  
Por lo general se trataba de unas fiestas bastante concurridas, dominadas por los actos religiosos y poca presencia de actos profanos: tan sólo destacan las veladas musicales en la plaza mayor, amenizadas por la banda de música alpujarreña de turno, la inauguración del alumbrado para los festejos o la quema de castillos de fuegos artificiales. 
Dos de los actos fijos era el reparto de pan a los pobres y la misa mañanera, pero el principal de la fiesta lo constituía, sin duda, la procesión de la imagen de la Virgen del Rosario que concentraba a mucha gente del pueblo y alrededores. Esta se manifestaba con acompañamiento de banda de música y en ella cobraba un especial protagonismo la cofradía que alude a su nombre, pues aparte de colaborar con la organización de los festejos, destacaba en la procesión al portar sus miembros antorchas o bengalas en la mano durante todo el recorrido de la misma; de otro lado favorecían las representaciones durante el acto, tales como las llevadas a cabo por los Tarsicios vestidos de monaguillos.
Algo más hemos podido recopilar en torno a la festividad de San Antonio Abad, de la que podemos decir que siempre y sin excepción tenía lugar durante los días 16, 17 y 18 de enero.
 En cuanto a los actos religiosos que se celebraban, podemos destacar que el día 17 era habitual, tras el reparto de pan, la celebración de la misa por la mañana, cuyo sermón estaba orientado a destacar las virtudes del santo. Por la tarde tenía lugar la procesión, acompañada de la imagen de San Francisco y la Santa Cruz  y de todas las cofradías existentes en el pueblo, las cuales lucían en el pecho sus medallas distintivas. El día 18 se abría también con el tradicional reparto de pan, tras el cual se celebraba una misa dedicada a la Santa cruz, para a continuación procesionar ésta en solitario. Fue común hasta 1917 que, tras ambas procesiones, saliese después también la del Santo Rosario.
Los festejos daban comienzo el día 16 con el tradicional recorrido de la banda de música por las calles de la localidad y contratada para los mismos. Además, era costumbre el acto de recepción a los forasteros, especialmente autoridades de los pueblos colindantes, a los que se obsequiaba con una foto del pueblo, una medalla alusiva a las fiestas y un pequeño refrigerio en los salones del ayuntamiento. El acto principal de este día, hacia las 7 de la tarde, eran las luminarias o chiscos confeccionados con ramas de gayomba, como ya puede atestiguarse en 1897. Mientras estos ardían, la gente los contemplaba desde la plaza escuchando las piezas musicales interpretadas por la banda.
Otras actividades realizadas durante estos días para garantizar la diversión del público eran la elevación de globos y fantoches, las carreras de burros flojos, verbenas públicas y bailes de sociedad, cucañas o corridas de cintas. Estas últimas eran bordadas por jóvenes del pueblo y permanecían expuestas en el escaparate de algún comercio local durante los días previos a las fiestas. Dentro de las cucañas revestían especial interés la que consistía en poner un jamón como premio en el extremo de un palo ensebado de 7 metros, otra en la que el participante tenía que sortear de un salto tres pellejos de vino colocados cada uno a una distancia de 50 centímetros, o en la que se disponía un balancín con tres metros cada brazo y los contendientes tenían que alcanzar la moneda colocada en el centro.

Lo más curioso: ninguna referencia al “marranico”. Aunque, seguro que el próximo año, antes de que el pueblo sea invadido por la ardiente oscuridad, él se paseará distraído e imperial por el Arroyo de la Plaza o el Tomillar, se mostrará (los dos) coqueto con su lazo rojo al cuello ante los viandantes foráneos y retará descarado con la mirada, para que le den sustento, a aquellos que se acerquen a solazarse con el agua del Pilón. Pero luego,Torvizcón será preso de las llamas como la Roma de Nerón, pero en La Alpujarra… No hay color.

Agradecimientos:
*El más profundo, a mi amiga Conchi Sánchez de los Ríos y a su madre, Amparo, por su prestancia y por la información facilitada para llevar a cabo este Trabajo.
**A Amalia García Pedraza por su amistad, profesionalidad y su continua e inestimable ayuda.    
***A todos aquellos que me dejaron usar sus imágenes para ilustrar este trabajo.
                                                                                                                                           
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